Las primeras patatas, de la especie Andigena del Perú, llegaron a España en 1560 a manos de Pedro Cieza de León. Fueron presentadas a Carlos I y algunos ejemplares se enviaron al papa Julio II como curiosidad botánica que florecieron en los jardines de Roma durante muchos años antes de ser consideradas comestibles. Desafortunadamente no existe un registro histórico de la introducción de la patata en España; a través de documentos relacionados con la conquista del continente americano, se sabe que este hecho ocurrió al principio del descubrimiento de los altiplanos andinos.
De España pasó a Portugal, Italia y Francia. A Inglaterra e Irlanda llegó sobre 1586 y en 1610 a Holanda. En toda Europa se usó principalmente como planta ornamental de jardines y patios, pero pronto empezó su tímido consumo entre las clases más pobres que accedían de forma mínima al consumo de las castañas por la epidemia que terminó con la mayoría de los castaños de Europa y que fueron el alimento básico de la población antes de la llegada de las patatas.
En la Europa de los siglos XVI y XVII surge el debate sobre el consumo de las patatas como alimento. Unos le atribuyeron propiedades medicinales y afrodisíacas ya que, fuera hervida o asada, comida con sal, mantequilla, jugo de naranja o limones y azúcar, aumentaba la lujuria en ambos sexos; lástima que no fuera cierto. Otros la acusaban de ser la causante de muchas enfermedades, entre ellas la lepra, al pertenecer a la familia de las solanáceas que son plantas con componentes venenosos. Esto hizo que durante muchos años permaneciera apartada de las mesas europeas por ser consideradas maléficas y de rápida reproducción.
Pero fue un farmacéutico francés, Antonio Augusto Parmentier, quien la dio a conocer en toda Francia como gesto de agradecimiento al sobrevivir gracias a ella cuando fue hecho prisionero por los prusianos. Este galeno, después de afirmar que las patatas habían salvado de morir de hambre a miles de compañeros de infortunio, llegaría hasta el rey para ofrecerle las excelencias de este tubérculo.
En una gran recepción ocurrida en Versalles el 25 de agosto de 1785 un hombre se abre paso entre los cortesanos que jaleaban al rey Luis XVI con motivo de su cumpleaños, apretando contra su pecho un ramito de flores malvas. Protegido por algunos amigos cercanos al rey, llega hasta el monarca, le tiende las flores y dice, “Señor, quiero ofreceros un ramo digno de su majestad: La flor de una planta que puede solucionar la alimentación de los franceses”. El rey, que ya había leído sus estudios sobre la patata, toma el ramo, lo contempla un momento y dice “Monsieur Parmentier, hombres como vos no pueden recompensarse con dinero. Pero hay una moneda quizá digna de ellos. Dadme la mano y acompañadme a besar a la reina”. La reina se pone el ramito en el generoso escote que lucía y Parmentier emocionado dice: Señor, a partir de ahora el hambre es imposible”. Así empieza la segunda parte de la historia de la patata, la rigurosamente culinaria y popular de esta dicotiledónea de la familia de las solanáceas cuya única pariente conocida en Europa antes de su llegada era la berenjena procedente de Asia. Parmentier escribiría un libro titulado “El tratado de la patata” en cuya presentación ofrece al rey un banquete hecho exclusivamente con patatas cocinadas de diferentes formas. Parmentier es laureado por el monarca y a partir de entonces el pueblo se alimentó con patatas para luchar contra las hambrunas y calamidades que acechaban a los europeos de aquellos tiempos.
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