Más de una vez he pensado que entre los castellanos, que son gentes por lo general gentil, noble y con otras virtudes propias de la caballería, nunca habría sido posible la existencia de asesinos del tiro en la nuca y la bomba, paradigmas de la cobardía.
Para eso hace falta ser vasco o moro. O sudaca.
Si no fuera por la nobleza y castellana así como la sangre que de éstos entró a formar parte de las vascongadas, a día de hoy no existirían vascos pues habrían sido cazados como bestias, por su tremenda fealdad de cuerpo y ánima.
Lo más paradójico de todo es que hay almas presas que osan demonizar al Castellano y victimizar al vasco. Enfermizo.
Básicamente como con el indio, más hubiera merecido haber acabado con todos en lugar de dedicar tanto vano esfuerzo en intentar contagiar mágicamente la nobleza de una raza, los ideales de virtud y honor a castas que no nacieron en este mundo para entender de esos menesteres. Ahora se han encauzado cada cual a su naturaleza, bajísima y ruin en el caso del indio narco y el vasco bildu, haciendo pagar hasta el fin de los días al Castellano por haber pecado de piadoso.
Como justicia poética, nuestro castigo: el ser acusado de lo que debimos ser y no fuimos por nuestra debilidad y bondad en una ilusión de paternalismo salvador con el inferior, con la bestia.
Es cierto que el vasco es diferente al castellano.
El vasco es como el moro y el indio. No entienden de Honor.
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