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Después de la caída del Emirato de Granada en 1492, o más bien, antes de la caída, el último Emir firmó un tratado con los españoles, entregandose a cambio por una garantía que los musulmanes del emirato podrían seguir practicando su religión en paz. Desafortunadamente para ellos, dentro de muy poco tiempo, los musulmanes fueron dado lo mismo tratamiento como los judíos: una opción entre expulsión y conversión. Este acontecimiento occurió en 1502 en Castilla y 1526 en Aragón. Muchos eligieron convertirse al cristianismo, y llegaron a ser llamado 'moriscos' - cristianos de origen moro. Diferente a los judíos, estos también fueron expulsados en 1614.
Sin embargo, parece que muchos moriscos escaparon esta última expulsión y se quedaban en sus aldeas y pueblos y granjas. Y entre estos, había algunos que mantenían su religión original en secreto. La inquisición seguía persiguiendo los cripto-moros hasta el siglo XVIII, el penúltimo siglo de su existencia. De hecho, según los historiadores, la identidad musulmana de esta gente, o algunos entre ellos, aunque sincretizada con el cristianismo y las religiones folclóricas españolas, sobrevivió hasta el siglo pasado.
El tema me interesa como judío de origen cripto-judío, y actual miembro de una comunidad fundada por ex-cripto-judíos, que mantiene sus tradiciones hasta hoy, en la cual nací y crecí. De reciente, descubrí un artículo que se trata de tal vez los últimos mudéjares, que preservaron una version idiosincrática de la religion islámica, y tal vez unas pocas palabras árabes, hasta las últimas décadas del siglo pasado:
Lo encuentro muy interesante que el tío parece de haber reemplazado a Mahoma y Alá con el sol, en la ausencia de algún templo musulmán.Juan López González se postraba de rodillas mirando al este y tocaba repetidamente con la frente en el suelo. Al sol le llamaba a veces Mahoma. A menudo recitaba unas salmodias incomprensibles con un libro viejísimo en las manos, con tapas negras de madera, que escondía dentro de una talega en una viga. En Semana Santa, cuando por el pueblo desfilaban procesiones, él no probaba ningún alimento mientras hubiese luz natural. Esos días, colocaba un plato vuelto del revés en el umbral de la puerta de su cortijo. Un día que un vecino le preguntó porqué lo hacía, respondió ruborizado que era para que el plato se secase. “Es que estaba muerto de miedo, siempre se escondía y me pedía a mí que no contase nada de lo que le veía hacer –explica hoy su hija Venerada–; él y su hermano salían a rezar al campo, para que nadie les viese”. Antes de comer, inclinaba la cabeza y susurraba una salmodia en la que repetía mucho Alá. Tenía expresiones propias: decía arua jimena (ven aquí), jarria (mierda), quem (perro)... “Es nuestra tradición –me contaba– pero eso no debes decirlo fuera de casa”.
Juan López murió en 1986, cuando Vene –así la llama todo el mundo– contaba 31 años. Ella se fue entonces a trabajar a Francia. En su pueblo, Riópar, inmerso en la sierra del Segura, se pasaban tiempos de estrechez. La mujer se llevó una sorpresa mayúscula en su lugar de trabajo cuando oyó que un compañero marroquí le decía arua jimena, como su padre. El marroquí le enseñó un Corán y Vene lo asoció inmediatamente con el librote que su padre bajaba con una pértiga de la viga. Llena de curiosidad, buscó el texto en español y comprobó que allí se citaban las uríes, otra palabra de su padre. Vene duda de que su progenitor entendiese gran cosa: “Se ponía las gafas y lo abría, pero yo le preguntaba cosas de él y no sabía responderlas".
Vene vive hoy en el cortijo de su padre, llamado Martínez Campos porque, dicen, fue del general. Su progenitor había nacido en él. El padre de él era de Bogarra, un lugar vecino. Su bisabuelo procedía de Las Casicas del Segura, otra aldea cercana. A pesar de éste pedigrí, su padre y su abuelo decían siempre que la familia era “de Granada”, y cuando precisaban más,
de las Alpujarras y de Motril. Sin embargo, se trataba de una especie de memoria ancestral, porque no había constancia de qué antepasados se habían trasladado hasta la sierra del Segura. Esa memoria también había transportado a través de los siglos el recuerdo de Abén Jumeya, “que era nuestro rey, un santo varón, un gran hombre”, en palabras del padre.
Juan López fue quizás el último, pero no el único. Aurelio Amores, que nació en 1918, recuerda que en su juventud los más mayores de Riópar Viejo (el núcleo original del pueblo), donde él vivía, “adoraban al sol” al amanecer. “Se asomaban a los riscosde levante y se hincaban de rodillas y hacían reverencias”, asegura. “No eran pocos; había, al menos, una docena”, y repetían jati mali. Aurelio tiene bien claro porqué los viejos ejecutaban este ritual: “Era su religión, adoraban al sol como nosotros lo hacemos con Jesucristo”. En ningún momento se le ocurre vincular estos actos con el Islam, del que él no tiene noticias. Dos generaciones anteriores ala suya estas prácticas estaban generalizadas en su valle. “Mis abuelos me
contaban que cuando ellos eran jóvenes había muchos viejos que se postraban mirando al levante varias veces al día”, explica.
Riópar está situado en el sur de la provincia de Albacete, tocando a la de Jaén, en un valle cerrado al que sólo puede accederse a través de tres puertos situados entre los 1.100 y los 1.400 metros de altitud, nevados en invierno. “Hasta hace muy poco esto estaba perdido de la mano de Dios”, explica Juan Valero Valdelvira, un empresario de 50 años que tiene una empresa de producción de maderas nobles. “Cuando yo era pequeño aún no había carreteras y la población vivía en cortijos diseminados por el monte; está claro que aquí no llegó la Inquisición y en el momento de la expulsión en 1609 los musulmanes nativos no fueron molestados”.
El padre de Juan Valero era matarife y él le acompañaba por los cortijos de la sierra a hacer su trabajo. “Estuviera donde estuviera la casa, siempre situaban la mesa de la matanza encarada al este, con una desviación de cinco grados hacia el sur, exactamente la dirección de La Meca. Yo me di cuenta de eso hace diez años y pregunté a diferentes cortijeros porqué ponían la mesa en esa posición. La respuesta invariable era que siempre se había puesto así”.
Valero cuenta que las costumbres de su abuelo eran de musulmán por su austeridad, por su visión de la vida... aunque él mismo no lo sabía. Él le llamaba “hermano”, un apelativo que se daba a la gente mayor y respetada, como se hace en árabe. Su abuelo, que no se movió nunca del pueblo, hablaba siempre con nostalgia de Granada e indicaba el camino por el que se va a la vieja capital nazarí. Él todavía celebraba la vieja costumbre moruna de dar de comer a los animales lo mismo que a las personas un día al año, y para matar una bestia pedía permiso a las alturas. Pensaba, como todavía hoy todos los viejos del valle, que una mujer no puede subir a un árbol cuando menstrúa, porque éste se secará, según anuncia el Corán.
En las familias de tradición musulmana aún hay recuerdos de la indumentaria característica. Vene había oído en casa que el abuelo de su abuelo llevaba siempre “una bata” encima de los pantalones y la camisa, “una chilaba”. Su abuelo le contaba que iba a trabajar al campo con ella. El último de Riópar en llevar bata fue el llamado tío Sayas por su atuendo. Murió en 1971 y su recuerdo sigue muy vivo. “Dicen que llevaba la saya porque tenía incontinencia urinaria, pero es obvio que él no la había improvisado”, comenta Juan Valero. Su propio bisabuelo llevaba un pañuelo envuelto en la cabeza, “al estilo morisco”.
La madre de Juan Valero, Aurora Valdelvira, todavía sabe anudar el pañuelo de esa manera y tiene recuerdos también de una persona que se arrodillaba y hacía reverencias: “Yo veía hacer eso a un labrador, Lorenzo Castillo Peinado, hará unos sesenta años. Dejaba el tiro del arado a un lado y se agachaba y se levantaba en dirección al Collado de la Rambla –la dirección de La Meca–. ¿Qué hace éste?", me preguntaba yo”.
Aurora coincide con su hijo en que su suegro “tenía muchas cosas de moro”. Recuerda su petición de mano y su boda, en que los padres del novio adornaron caballerías con colchas de cama y fueron hasta su cortijo, donde se hizo una fiesta con vino azucarado y dulces. A ella le pusieron un delantal y todos le tiraban dinero en él. Cuando murió la hermana de su padre la amortajaron de blanco y le pusieron un ramo de flores en las manos, y la velaron durante toda la noche. Juan Valero explica que casi todas estas costumbres y muchas otras de Riópar se ven reflejadas en el libro de Gerald Brenan Al sur de Granada. El escritor inglés vivió en la década de 1920 en un pueblo de Las Alpujarras, Yegen, y describió el carácter y las costumbres de sus gentes.
La cocina es otro elemento muy particular en las familias tradicionales de Riópar. El padre de Vene preparaba cuscús (”él lo llamaba así”), con cordero, patatas, garbanzos y harina tostada, con un sofrito de cebolla, tomate y perejil. Pero lo que más recuerda son las almujábenas, unos dulces que se hacen en distintos lugares, que su padre enseñó a preparar a su madre –que no compartía sus tradiciones– y que se comían durante la Semana Santa, con harina, huevos, agua y azúcar. Aurora Valdelvira prepara, por su parte, nuégadas, una bolas hechas con nuez y azúcar tostado.
El padre, cuyo oficio era resinero de monte y apenas salió de Riópar, decía a Vene que los árabes gustaban mucho de los dulces y que los hacían con miel. Luego de muchos años, ella ha vuelto a preparar almujábenas y otra repostería de la que se hacía ensu casa, y ha empezado a servirla a sus huéspedes, porque tiene habitaciones de turismo rural.
Cuando Juan López y su hermano ayunaban por Semana Santa, hacían un preparado con harina, que comían antes del amanecer y al anochecer, pero Vene no sabe exactamente qué era. En esos días no fumaban ni tomaban vino. Su padre también comía cerdo, aunque a menudo comentaba que no debería hacerlo. Juan Valero explica que el cerdo es fundamental en la alimentación del valle, “pero le añaden tantas especias y lo hacen hervir tanto que su sabor queda totalmente desfigurado; el embutido se conserva en aceite de oliva o se mezcla con arroz y piñones”. El padre de Juan mataba cerdos, pero en su casa jamás se probó una morcilla; ése embutido era tabú. Vene explica que una tarta hecha con manteca de cerdo tradicional en Riópar en su casa se hacía siempre con manteca de vaca.
Vene tuvo que hacer la comunión como todos los niños del pueblo y su padre se llevó un disgusto; “él jamás entraba en la iglesia”. “Mi madre insistió en que la hiciera porque ‘si no, nos
iban a señalar’, pero yo fui la única que no fue a la catequesis”. Con el matrimonio, muerto ya Franco, ya no tuvieron reparos. “Yo no me casé por la Iglesia: mi padre no quería”, explica. Aunque sí tuvo una pequeña ceremonia casera. Su progenitor hizo unas señas con la mano delante de ella y le dijo: “Salte de la casa y echa el pie derecho hacia delante, y ya serás para él el resto de la vida”. Antes le había advertido: “No te has de casar un día de lluvia o nublado, tiene que estar el cielo claro; Mahoma debe estar radiante”.
Juan López explicaba a su hija que su identidad era postiza. “Nosotros venimos de la raza de los Caravantes y de los Navalón; perdimos el nombre y nos pusieron otro”. En este sentido, Juan Valero tiene muy claro de dónde vienen muchos de los apellidos del valle y la trayectoria que han seguido. “Mi segundo apellido, Valdelvira, es bab elvira (puerta bella) –es famosa la de Granada–, y los que se llamaban así jamás fueron bautizados, lo mismo que los Banegas o los Alarcón; es decir, nunca hicieron la conversión oficial al cristianismo, y eso se sabe en las familias”. En Riópar se han conservado también algunos términos árabes particulares –Valero ha recogido más de 200– como aljuma (hoja de pino) y estar en fárfaras (sin vigor).
Hay alguien aquí miembro de este sitio con recuerdos o historias familiares de mudéjares, o que viene de una aldea famosa por haber tenido una población de moros en los siglos pasados, o tal vez alguien con moriscos en el árbol genealógico?
Fuente:
http://hemeroteca.lavanguardia.com/p...30356/pdf.html
http://hemeroteca.lavanguardia.com/p...85707/pdf.html
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