4
Globalistán —construyendo el archipiélago Gulag del futuro tercermundismo global: IBEROAMÉRICA
En lo pasado está la historia de lo futuro.
(Juan Donoso Cortés).
ÍNDICE
IBEROAMÉRICA
· Las raíces hispánicas de Hispanoamérica —PLVS VLTRA
· La realidad de la América poscolombina: lucha de clases y guerra civil entre españoles
· ECCLESIA versus IMPERIVM —Templo contra Palacio, o Papa contra César
· La farsa indigenista como vector globalista en América —alternativa controlada
· El indigenismo, al servicio del modelo de Huntington: una "civilización latinoamericana"
· Mitos y verdades de Simón Bolívar y sus émulos —¿libertadores o balcanizadores?
· Bolibananismo moderno, o los hijos de Bentham —conozca usted el rostro de la política bolivariana
· Contra el victimismo hispanófobo y leyendanegrista
· Las venas abiertas de España Ibérica
· El peor enemigo del atlantismo es… otro atlantismo
En esta tercera parte de la serie Globalistán, no se nos podrá objetar que, siendo un blog español, y a pesar de haber ya mirado al Oeste en otro artículo, volvamos a dedicarle especial atención a Iberoamérica, una esfera con la que tenemos tantos vínculos históricos, culturales y de sangre. Si Rusia es un país eurasiático, España es un país eurafricano… y euramericano. Ceuta, Melilla, Baleares, Canarias, Puerto Rico y Cuba "deberían" ser lo que Pérgamo, Éfeso, Rodas, Creta o Cirene fueron para la antigua Grecia: plataformas para proyectar influencia europea en otros continentes. En el caso histórico de España, esta proyección consolidó la antítesis exacta de la Ruta de la Seda, su negación absoluta: la ruta Sevilla-Veracruz-México-Acapulco-Manila, con infinidad de ramificaciones secundarias.
Además de esto, Iberoamérica es una ventana al futuro de Occidente por cuanto, en ella, ya se han consumado muchos procesos globalizadores, como el mestizaje a escala masiva y la concentración de riqueza en manos de élites minúsculas que viven en oasis neofeudales. No hay que olvidar que el mismo término Globalistán fue acuñado por un iberoamericano, el brasileño Pepe Escobar.
También se nos ofrece con este artículo desarticular el principal vector de globalización y tercermundización en el mundo hispanohablante: el indigenismo y el bolivarianismo —ahora defendidos también en la misma España por el entorno del partido político Podemos. Asimismo, consideramos que ha habido una labor secular de difamación y mixtificación para arrastrar por el barro todos los grandes logros de España. Este ataque contracultural ha tenido varios objetivos:
• Yugular el ascenso de una globalización rival de la decretada desde Londres, Nueva York o el Vaticano.
• Impedir la constitución de un Patriarcado de Indias que deviniese Iglesia Hispánica.
• Impedir la restitución de la influencia hispánica en el Caribe, especialmente en Cuba.
• Impedir el establecimiento de un sistema de castas cuyo criterio de jerarquía no fuese el dinero.
• Impedir la constitución de una esfera de Estados hispánicos paralela a la Commonwealth británica.
• Impedir la constitución de un atlantismo alternativo al anglosajón, tendente a partir el Atlántico en dos y a extirpar el Caribe y el Golfo de México del Atlántico, colocándolos bajo la tutela de tierra firme hispana.
• Impedir la vertebración terrestre de Iberoamérica. Que cada país iberoamericano sea como una isla, bien conectada con el mar y mal conectada con todo lo demás. Con ello se acentúa la yugoslavización iberoamericana y el parasitismo de los recursos de Iberoamérica a manos de potencias fuertemente marítimas.
• Impedir que la cultura grecorromana pueda llegar a tener en Iberoamérica la capacidad de atracción que tiene, por ejemplo, en Asia Oriental. Subsaharización, haitización y orientemedización de Iberoamérica con respecto a la cultura europea occidental.
De un modo u otro, es necesario limpiar el nombre de nuestro país, que está unido indisolublemente a la mayor parte del continente americano, para bien y para mal, guste o no, pese a quien le pese. No pretendemos relatar exhaustivamente hechos históricos que están disponibles de sobra en Internet o los manuales de Historia, sino proporcionar datos intrahistóricos y pinceladas sobre política encubierta, que ayuden a formarse ideas generales de Iberoamérica, todo un mundo, a menudo demasiado olvidado incluso en nuestra misma Iberia. También procuraremos asumir frontalmente la responsabilidad española en la globalización de vastas superficies del planeta. El comercio hispano, las pugnas con la Iglesia, los antagonismos clasistas en Ultramar, las limpiezas étnicas, etc., fueron hitos importantes en la historia de la globalización y no podemos pasarlos por alto porque si a alguien le concierne, es a nosotros, los hispanos del Siglo XXI. De modo que, aunque ésta sea la tercera parte de la serie "Globalistán", será una parte especial.
El lector perdonará que quizás le dediquemos especial atención a Venezuela para ilustrar el proceso de consolidación, desmembración y difamación del Imperio Español. El motivo está a la vista: del mismo modo que los petrodólares de Arabia Saudí y otras monarquías del Golfo se han utilizado para financiar el yihadismo de marca wahhabita-salafista-tafkirí, parece que el petróleo venezolano también está empleándose para subvencionar una corriente comparable al otro lado del Océano. Corriente teóricamente antiglobalización pero, en la práctica, fiel comparsa de la globalización, al igual que la insurgencia islamista, y destinada, como ésta, a lograr la favelización mundial necesaria para que un puñado de hombres concentren en sus manos todas las riquezas del mundo. La demolición de estatuas budistas en Afganistán, a manos de talibanes fanáticos, no difiere mucho del derribo de estatuas de conquistadores españoles en el extremo opuesto del globo, a manos de otros fanáticos.
IBEROAMÉRICA
En más de un aspecto, la posición de los Estados Unidos en el Siglo XX se asemeja a la de España en el Siglo XVI. Blandiendo un poderío enorme en defensa de un ideal esencialmente conservador, se encuentra como blanco de odio y de los celos tanto de amigos como de enemigos. Nadie que lea los periódicos podrá dudar que las naciones del mundo están compilando una nueva Leyenda Negra, ni de que los Estados Unidos han disfrutado de un poderío mundial; como España, se han permitido llevar la autocrítica hasta el extremo; y, a la postre, su destino puede ser el mismo.
(William S. Maltby, "The Black Legend in England", 1969).
Por Iberoamérica entendemos Hispanoamérica (América hispanoparlante) más Brasil (América lusoparlante). No usaremos el término "Latinoamérica" ni "América Latina" por ser una invención de la política exterior estadounidense, británica, francesa y vaticana para quitarle peso al carácter específicamente ibérico en general e hispánico en particular de todo lo que hay al sur de Río Grande. Tampoco nos referiremos a sus habitantes como "latinos", ya que dicha palabra en realidad designa a los habitantes del Lazio, una región italiana que no tiene nada que ver con el Nuevo Mundo, donde el latín no es precisamente el idioma dominante.
Hispanoamérica. Llama la atención la falta de conexiones con el Atlántico de buena parte del espacio hispanoamericano. Prácticamente solo se salvan Argentina, Uruguay, la República Dominicana y en menor medida Venezuela, cuya salida marítima está estrangulada por Estados insulares. También destaca la naturaleza bioceánica de muchos Estados.
En el proceso de globalización de las Américas, pueden distinguirse varios hitos:
• El establecimiento de las diversas civilizaciones precolombinas (tiahuanaco, huari, topará, nazca, maya, tolteca, azteca, inca, etc.), algunas de ellas muy avanzadas tecnológicamente, sentó las bases de la globalización al implantar agricultura, arquitectura, ingeniería, matemáticas, astronomía, sistemas de regadío y de escritura, tecnología, medicina, ciudades grandes y bien urbanizadas (cuando los españoles llegaron a Tenochtitlán, la capital azteca era dos veces más grande que Sevilla y cinco veces más grande que Madrid), organizaciones burocráticas y estatales, grandes desigualdades sociales, enormes masas de población campesina, ejércitos organizados, regiones enteras adaptadas a la dieta post-neolítica a base de almidón, y gran cantidad de esclavos acostumbrados a aceptar los abusos de una élite extractiva. Eduador Galeano, autor de "Las venas abiertas de América Latina" reconoció la importancia de estas "civilizaciones indígenas con densas concentraciones de población ya organizada para el trabajo". A pesar de todo ello, la proporción de población cazadora-recolectora era mucho mayor en las Américas que en Eurasia, de modo que había también amplios espacios donde todavía no había llegado la civilización, ni siquiera el Neolítico. Si hemos de creer al mismo Cristóbal Colón, las poblaciones cazadoras-recolectoras de América tenían una excelente salud y constitución física.
• El desembarco y despliegue de los conquistadores ibéricos [1] trajo la civilización del Viejo Mundo a Ultramar, e insertó al Nuevo Mundo en el ya incipiente circuito comercial global. Es un claro punto de inflexión en la historia de América y de la humanidad. A no mucho tardar, los caballos, los cerdos, las vacas, las ovejas, los plátanos, la caña de azúcar, el trigo y los esclavos subsaharianos fluirán hacia América, mientras que el azúcar, el tabaco, el cacao, la patata, el tomate, el boniato, la piña y el maíz inundarán los mercados europeos. En América se erguirán ciudades, templos y centros educativos que reflejarán las del Viejo Mundo, pero también tendrá lugar un proceso de mestizaje que llevará a una síntesis cultural en muchos lugares.
• Detrás de los conquistadores llegaron misioneros cristianos, como fray Pedro de Gante, destruyendo los ídolos religiosos de los indios y adoctrinándolos en el cristianismo. Bajo la fachada de querer evangelizar y extender la Religión Verdadera y la Fe de Cristo, los verdaderos objetivos del Vaticano eran poner un pie en Ultramar, posicionarse para el reparto del poder en el Nuevo Mundo y colocar a los indios en pie de igualdad con los conquistadores para socavar la posición de estos en beneficio de la Iglesia. Esto no ocurrirá sin fricciones, como veremos más adelante.
• El Imperio Español era un circuito comercial cerrado, Madrid no permitía al resto del mundo comerciar con sus posesiones en Ultramar, ni permitía a los distintos virreinatos americanos comerciar entre ellos, de modo que existía toda una comunidad mercantil internacional ardiendo en deseos de liberalizar el comercio americano para poder parasitar el continente de forma más efectiva. Los primeros intentos capitalistas serios de globalización económica vinieron de la mano de Gran Bretaña y su doctrina estratégica de emancipación de las colonias españolas. Sobre todo interesaba a Londres —también a Ámsterdam y a París— desestabilizar la barrera de las Antillas para frustrar el enlace de España con sus dominios americanos (Cuba nunca llegaron a conquistarla: demasiada tierra para talasocracias mucho más especializadas en el mar que la misma España), y convertir el Caribe en un lago vetado a los españoles. Mucho antes de ser paraísos fiscales y oasis financieros, las numerosas islas caribeñas fueron nidos de contrabandistas, negreros, traficantes, privateers, bucaneros, plantadores desalmados, vrijbuiters, corsarios y, en definitiva, piratas de diverso pelaje, de procedencia inglesa (incluyendo galesa), escocesa, holandesa, francesa y judía; un mundo confuso y violento, que vivía de depredar lo que llamaban Spanish Main: tierra firme española.
https://i.imgur.com/bRtn2km.png
Banderas históricas utilizadas por piratas, especialmente ingleses, en el Caribe. Sin embargo, podrían ser también perfectas para cualquiera de los numerosos Estados insulares-paraísos fiscales que pueblan actualmente aquel mar. Estos oasis financieros no sólo blanquean capitales procedentes de las cloacas inconfesables del crimen organizado global, sino que acogen subsidiarias y filiales (la lista del mapa no es exhaustiva) de los principales bancos y multinacionales de Estados Unidos y otros países. Los actuales nidos de piratas están situados a una distancia sospechosa de las principales rutas de narcotráfico y movimientos de dinero negro. Sin que extrañe, la balcanización del Caribe exige que también haya Estados que sean el extremo opuesto al paraíso fiscal: infiernos fiscales como Cuba, Nicaragua o Venezuela. Para ser justos, también hay que reconocer que aquellos piratas de antaño, a diferencia de los especuladores de hoy, al menos arriesgaban sus vidas y tenían que obtener lo que querían con la espada en el puño.
La presión de Londres aumentará después de la independencia de Estados Unidos en 1783. Bajo la dirección del aparato de Inteligencia del comercio británico (manejado por Jeremy Bentham), se procedió a la liquidación del Antiguo Régimen en Iberoamérica. La "emancipación" fue seguida de todo un rosario de guerras balcanizantes en las que el único ganador era el comercio internacional británico. El general argentino Bartolomé Mitre lo expresó bien cuando, después de la vergonzosa Guerra de la Triple Alianza —en la que Brasil, Argentina y Uruguay aplastaron a Paraguay para aniquilar su sistema autárquico y telurocrático—, declaró que en aquella guerra habían triunfado "los grandes principios del libre cambio"... Su ideología no difería en nada de aquella que llevó al Imperio Británico a las guerras del opio en China en "defensa del sagrado derecho a comerciar".
Estas dos obras demostraron que la emancipación de las colonias americanas de España estaba entre ceja y ceja del Imperio Británico ya en 1711, antes de que España ayudase a Estados Unidos a independizarse de la tutela de Londres. Gran Bretaña, sucesivamente derrotada en sus tentativas de invadir abiertamente la Iberoamérica continental (por ejemplo, en la Batalla de Cartagena de Indias de 1741), se contentó con promover la subversión masónica contra Madrid, dando a luz a una miríada de Estados pseudofallidos e impotentes que, enfrentados entre ellos caóticamente, acabarán pasando a la órbita británica primero y estadounidense después. Ninguno de los "libertadores" fue capaz de vislumbrar que el apoyo británico era un caramelo envenenado, ya que a Londres no le convenía el enriquecimiento de Hispanoamérica (es decir, que las riquezas hispanoamericanas revirtiesen en suelo hispanoamericano), sino drenar vampíricamente todo su comercio hacia el Caribe a precio de saldo —logrado mediante la desestabilización.
Las posesiones portuguesas quedaron más a salvo de esta desestabilización extranjera. Por un lado, Brasil tenía demasiada costa en el Atlántico y demasiadas pocas islas: era difícil crear barreras marítimas artificiales, plataformas de desestabilización o nidos de contrabandistas, agentes y piratas frente a la costa brasileña, de modo que, hacia el sur del país y en el Amazonas, los fuertes y puestos ingleses, holandeses y franceses serán tomados, uno tras otro, por Portugal. A esto se añade que Portugal no tuvo que enfrentarse a Estados indígenas plenamente constituidos, superpoblados y bien organizados. Brasil no se desgajó tan radicalmente de la metrópoli, siendo, hasta 1889, el Imperio do Brasil: un Estado monárquico regido por un emperador emparentado con la realeza portuguesa. Aunque hubo una guerra en 1822-23 entre portugueses y brasileños, la separación no fue tan traumática como en el caso español. Cabe destacar el papel de estadounidenses y británicos en el proceso brasileño (como el almirante Thomas Cochrane). La idea era conformar todos estos espacios como patios traseros del comercio británico: el dominio español o portugués directo sería sustituido por un dominio británico indirecto que utilizaría la ilusión de independencia como máscara.
Por otro lado, Portugal, cuya misma separación de España fue obra de la política exterior inglesa (primero en la desastrosa Batalla de Aljubarrota de 1385 y luego en el Tratado de Lisboa de 1668), era considerada una potencia menos peligrosa y más controlada que España. Hasta muchos siglos después, la misma alta sociedad portuguesa estaba mucho más masonizada y unida al comercio internacional que la española [2]. Desde el principio, los capitales fundadores de las plantaciones de azúcar eran holandeses, que recogían toda la mercancía en el puerto de Lisboa y que llegaron a invadir el nordeste de Brasil en 1630 para controlar el comercio del azúcar desde su origen. Los holandeses usurparon la trata de esclavos de los portugueses, que por no ser capaces de ofrecer manufacturas a los caciques y reyezuelos subsaharianos, se limitaron a ejercer de intermediarios comerciales entre ellos y otras potencias, especialmente Holanda, a la que Carlos I había concedido el monopolio esclavista. En el Tratado de Methuen de 1703, Portugal firmaba una alianza comercial con Inglaterra, en virtud de la cual todas sus colonias quedaban abiertas al comercio británico. Londres empezó a recibir un denso flujo de oro procedente de las minas de Ouro Preto (Brasil) y tampoco perdió tiempo en inundar Brasil de sus manufacturas, hasta el punto de presionar a Lisboa para liquidar las industrias manufactureras autóctonas: no sólo los telares portugueses dejaron de funcionar, sino que en 1715 la Corona portuguesa ilegalizó las refinerías de azúcar en todo su territorio, en 1729 prohibió la apertura de nuevas vías de comunicación en las regiones mineras de Minas Gerais (las únicas vías de comunicación debían ser desde las minas hasta los puertos) y en 1785 llegó a ordenar el incendio de los telares e hilanderías en Brasil, en una maniobra claramente orientada a beneficiar a la industria textil británica. Cuando Napoleón amenazaba la posición de Londres en Europa, fueron los mismos británicos quienes trasladaron insólitamente la casa real portuguesa a Río de Janeiro. George Canning, secretario de exteriores del Imperio Británico, instruyó así al embajador en Brasil, lord Strangford: "Hacer de Brasil un emporio para las manufacturas británicas destinadas al consumo de toda América del Sur". La multinacional minera británica Saint John d'el Rey Mining Co. controló una enorme proporción del comercio mineral brasileño hasta que en el Siglo XX su lugar fue sustituido por la estadounidense Hanna Mining Co., cuyos tentáculos asieron firmemente el mundo de la política brasileña.
La Casa da Índia, versión portuguesa de la sevillana Casa de Contratación de Indias o de las compañías de Indias británica, holandesa y sueca —aunque mucho más antigua que cualquiera de ellas (1434)—, manejó un colosal volumen de comercio e información hasta que fue destruida en el maremoto de 1755. Ese mismo año, el marqués de Pombal, primer ministro y patriota portugués, denunció que los británicos habían conquistado el Imperio Portugués sin los inconvenientes de una guerra. También señaló que los agentes británicos manejaban totalmente el comercio portugués. Su llamamiento a instaurar una política proteccionista y nacional llegó demasiado tarde: gracias al oro brasileño, el centro financiero europeo se había transladado desde Ámsterdam hasta Londres, y la City era dueña de la tupida red internacional portuguesa. Aun así, el imperio colonial portugués, con plazas tan privilegiadas como Cabo Verde, Guinea-Bissau, São Tomé y Príncipe, Angola, Mozambique, Diu, Daman, Goa, Macau o Timor Oriental, será el último en desmantelarse, en fechas tan tardías como 1975.
Además de la desestabilización marítima provocada por Londres, en el Siglo XVIII Inglaterra logró infiltrarse, vía los estudios de idiomas, las logias masónicas [3] y las ideas ilustradas, en muchas oligarquías criollas continentales que ansiaban explotar de forma más rotunda y comerciar de forma más independiente los recursos tanto humanos como territoriales de Hispanoamérica, sin las cortapisas impuestas por el Antiguo Régimen desde Madrid. Estas cortapisas incluían disposiciones como las Leyes de Burgos de 1512, las Leyes Nuevas de 1542 y las Leyes de Indias de 1680, así como la tradición jurídica encabezada por Francisco de Vitoria [4] y defendida en América por otros frailes dominicos de la Escuela de Salamanca, como Domingo de Soto, Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos, Domingo de Santo Tomás y Pedro de Córdoba, ya desde el Siglo XVI, en tiempos de Carlos I [5]. De las filas franciscanas, se destacarán defensores de los indios como Toribio de Benavente (alias fray Motolinía) o Jerónimo de Mendieta. El aspecto pobre y desharrapado de los franciscanos impactó a los indios, acostumbrados a la "bizarría y gallardía" de los conquistadores, y suscitó su curiosidad. El jesuita Francisco Suárez continuará en la línea proindígena al profundizar en el ius gentium (derecho de gentes, el antepasado del derecho internacional) y revitalizar la escolástica y el pensamiento de Tomás de Aquino. El también jesuita Juan de Mariana, apologista del "tiranicidio" y de la globalización, también tendrá una influencia importante. Sin que sorprenda, las obras de Las Casas y de Suárez serán citadas profusamente por los separatistas americanos siglos después, y el mismo Bolívar, considerando al fraile un filántropo, propondrá homenajearlo.
Estas disposiciones proindígenas nacían de las quejas transmitidas a la Corona por los frailes dominicos en lo que se refería al trato a la población indígena, colocaban a los indios bajo la protección de la Corona y tendían así a poner coto a las prédicas de apologistas de las encomiendas como González Fernández de Oviedo o el religioso Juan Ginés de Sepúlveda, quienes consideraban que los indígenas eran homúnculos, algo así como subhumanos desprovistos de alma o de mente racional, incapaces de hacer una conversión consciente al cristianismo y aptos sólo para la servidumbre. Estos hombres tenían, por tanto, una mentalidad esclavista no muy distinta de la que tenían las aristocracias maya, azteca o inca. Las leyes proindígenas fueron las responsables de que no sucediese con los indios lo que ya les había sucedido en tiempos de las civilizaciones indígenas esclavistas, o lo que hubiera podido sucederles en caso de triunfar el modelo anglosajón de conquista y exterminio, sin evangelización ni mestizaje de por medio.
No importa cómo sople el viento de la Historia ni qué compás siga la danza geopolítica de la época de turno, España tiene algo que no tienen EEUU, el Reino Unido, Francia, Rusia, China y otras potencias que pretenden adjudicarse paquetes de activos en Hispanoamérica sin llevar al cabo la labor militar y cultural de siglos que llevó en su día España: España tiene el Instituto Cervantes, la RAE, Ortega y Gasset, Unamuno, Manrique, Garcilaso de la Vega, Quevedo, Velázquez, Calderón de la Barca, Gutierre de Cetina, Donoso Cortés y Ramón y Cajal. España tiene la universidad de Salamanca y la de Granada; las catedrales de Burgos, Valladolid, León, Córdoba y Santiago; el monasterio de El Escorial y la Alhambra de Granada; la Giralda de Sevilla y la torre de Hércules de Coruña; el acueducto de Segovia y las murallas de Ávila y de Lugo; la Lonja de la Seda de Valencia y las plazas mayores de Salamanca y Madrid; el museo de El Prado, la basílica del Pilar y el palacio de la Aljafería. En todos estos tesoros se condensó una de las historias nacionales más ricas del mundo y se escribió anticipadamente el destino de sus conquistas futuras: España construyó la catedral de México y la de Lima, levantó Cuzco y Cartagena de Indias y creó el barroco mexicano. Todo un legado del patrón-riqueza y del valor-trabajo que, tarde o temprano, desplazará las mentiras del marketing vulgar y de la ingeniería social globalista y rendirá sus frutos maduros.
Las raíces hispánicas de Hispanoamérica —PLVS VLTRA
Con sus 11,5 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de habitantes (compárese con los 8,5 millones de km cuadrados y 200 millones de habitantes de Brasil), Hispanoamérica, es decir, la América hispanoparlante, constituye una esfera geopolítica digna de estudiar y de tener en cuenta, ya que en todo el planeta no hay nada que pueda compararse ni remotamente a todo un mundo que comparte idioma común en una continuidad geográfica y humana de cerca de 8 mil kilómetros —los que hay desde California hasta Tierra del Fuego. Por ende, se hace necesario retroceder a sus raíces, tanto para comprender su presente como para despejar ciertos mitos de la Leyenda Negra española, creados por los rivales históricos del Imperio Español para dividir artificialmente Hispanoamérica e infeudarla al comercio internacional de tutela londinense. Las concentraciones de población de México, las ciudades de Colombia, las más antiguas universidades americanas (en 1551 se fundaron la Universidad de México y la de San Marcos, Lima [6]), los primeros vaqueros norteamericanos, las diversas plazas de toros y la cultura ganadera de los gauchos, tienen su origen en España, a orillas del Cantábrico, en Extremadura, Galicia, la Castilla profunda o el Valle del Guadalquivir, de modo que para encontrar las fuentes del vasto mundo hispanoamericano debemos colocarnos en la Iberia cristiana del norte, antes de 1492, un reino más pequeño que Francia, menos poblado y de geografía mucho más endiablada, pero que rápidamente se convertirá en la superpotencia hegemónica del mundo.
La larguísima Reconquista (que, no lo olvidemos, fue una guerra civil española, ya que la población de Al-Ándalus consistía ante todo en hispanorromanos y visigodos convertidos al Islam) contra el poder transnacional del Islam había forjado generaciones enteras de hombres luchadores y un impulso guerrero irresistible, que no por haber tomado Granada iba a detenerse en 1492. Junto con el hecho de que España llegó a estar gobernada por una verdadera pareja de macho alfa y hembra alfa —los Reyes Católicos—, se conjugaron otros factores para que el español de la época, antes de dedicarse a vivir su vida en paz, se lanzase al mundo, enloquecido por el hambre de conquistas y horizontes, deseando ir más allá, plvs vltra, para romper los límites de una tierra que se le había quedado pequeña, donde todos los nichos importantes ya estaban repartidos entre terratenientes nobles, la Iglesia y burócratas funcionarios del Estado. El acero toledano era el más reputado de la Cristiandad y la esgrima española se había convertido en el arte marcial más efectiva y depurada del mundo, con minuciosos tratados escritos en la Escuela de Toledo. A diferencia de la mayor parte de Europa, prácticamente todo el mundo tenía una espada y además sabía usarla, puede que porque, como en el caso de EEUU, el pueblo tenía la conciencia de habitar una tierra conquistada recientemente con gran derramamiento de sangre. A no mucho tardar, los servicios de Inteligencia del Imperio Español [7] estarán entre los más eficaces de Europa, por delante de Francia e Inglaterra —aunque probablemente no de Venecia y Roma.
Otro efecto de la Reconquista fue el haber creado un espíritu de equipo, de empresa común y de meritocracia típicamente militares, aboliendo el clasismo inercial e inaugurando un nuevo clasismo oficioso, más basado en la capacidad. El militar y escritor Pedro Calderón de la Barca expresaría bien la filosofía de los Tercios: "No es el vestido que adorna el pecho, sino que el pecho adorna el vestido", y "Sin mirar cómo nace, se mira cómo procede". Si bien los linajes siguieron pesando, en el pueblo llano estaba extendida la creencia de ser hombres libres que reconocían el poder de su rey por propia voluntad, a cambio de que éste reconociese sus fueros. Los fueros eran los antiguos derechos de cristiano viejo, sancionados por la costumbre, el pacto y la ley, y procedentes del mundo campesino comunal-militarizado de la Alta Edad Media en el actual norte de España. Los fueros podían otorgarse a reinos, comarcas, pueblos, ciudades, gremios, señoríos, etc., pero constituían un ejemplo de derecho propio y particular, "personalizado" a cada caso.
No solo el territorio, muy montañoso (España es el segundo país de mayor altitud media de Europa después de Suiza), favorecía el foralismo y el cantonalismo, sino que en muchas zonas de las Españas, era mayoría la población hidalga —es decir, noble de bajo rango—, un caso inaudito en el mundo. Todavía a finales del Siglo XVIII, los hidalgos constituían probablemente en torno a un 10% o más de la población española. En los señoríos de Guipúzcoa y Vizcaya, todos los habitantes eran automáticamente hidalgos (hidalguía universal), ya que, con su milenaria y misteriosa cultura, se consideraba que los vascongados jamás habían sido tocados por las "malas razas" (en la mentalidad de la época: negros, gitanos, moros, indios y judíos). En Cantabria y Asturias, los hidalgos rondaban el 80% de la población, y en Galicia abundaban y detentaban mucho poder debido a la limpieza de la nobleza local, de origen suevo, llevada a cabo por los Reyes Católicos. Ésta era la herencia de una sociedad organizada en milicias y en comunidades campesinas autónomas, autárquicas y a menudo aisladas, que se habían ido expandiendo hacia el Sur a lo largo de la Reconquista. La cantidad de hidalgos iba descendiendo a medida que se acercaba uno a la antigua Al-Ándalus, pero a la vez en el Sur aparecían los grandes señoríos y latifundios, y era donde vivían los nobles, terratenientes y grandes de España más ilustres. Muchos de ellos eran tan poderosos que poseían más tierras que el Rey, ostentaban títulos, derechos, rangos y órdenes en toda Europa y podían permanecer en su presencia con el sombrero puesto.
Esta situación social tan igualitaria y libertaria no se dio en ninguna otra parte de Europa, salvo quizás en el caso de los cosacos, zonas de Suiza y posteriormente con la emergencia de algunas sectas protestantes muy intelectualizadas. Los abusos del feudalismo no fueron conocidos en España, salvo en la Marca Hispánica (norte de la posterior Corona de Aragón) donde la monarquía carolingia se impuso, a largo plazo desembocando en oligarquías feudales al margen tanto de la Corona como de la Iglesia [8]. También en Galicia, la nobleza, de origen suevo, estaba más volcada hacia tendencias feudales hasta que fue derrotada por los Reyes Católicos. El hidalgo, sin embargo, era señor de su hogar. Este incentivo había sido la única manera de movilizar a las masas humanas de los reinos ibéricos del Norte y darles la suficiente motivación para lanzarlas a acometer las reconquistas primero y para organizar las repoblaciones después.
Los caballeros villanos, también llamados caballeros pardos, fueron un ejemplo de la cultura de los fueros y de las extraordinarias transformaciones sociomilitares que tuvieron lugar en las Extremaduras (fronteras entre la Cristiandad y el Islam) ibéricas. En tanto vanguardias descentralizadas y autónomas, son comparables a los cosacos eslavos, a los gauchos sudamericanos, a los bandeirantes en Brasil, a los coureurs des bois franceses en Norteamérica o a los vaqueros anglos. La ideología fermentada en esta época no estaba muy alejada del anarcosindicalismo clásico o el libertarianism de Estados Unidos. Varias revueltas sociales certifican, a ojos de la Historia, el inconformismo de esta época, como la de los irmandiños gallegos, los comuneros castellanos o la de las germanías en Valencia.
En España había nacido, por tanto, una auténtica clase media, imbuida de dignidad y señorío, totalmente desprovista de ese servilismo feudal que tenía la mayor parte del Tercer Estado en el resto de la Cristiandad, y motivo por el cual los españoles eran considerados, en otros lugares de Europa, arrogantes y altivos, pues hasta los hidalgos más humildes económicamente se consideraban hombres libres, por encima de un mercader, un banquero o un escriba, por rico que fuese. Cuando España dominaba los campos de batalla de la Cristiandad, un soldado raso de un tercio de infantería soportaba todo tipo de calamidades y privaciones sin inmutarse: hambre, frío, humedad, asedios, batallas, marchas, navegaciones, abordajes, asaltos, cargas de caballería pesada, lluvias de fuego y plomo, bombardeos enemigos, guerra de trincheras, labores de zapa subterránea, humos insalubres y hasta suspensión de la paga… pero era capaz de acuchillar a su propio sargento si le levantaba la voz de una manera que él considerase indebida. Su espíritu sindicalista le impedía soportar humillaciones a su honor. Cuando fallaba la paga, los tercios españoles se amotinaban después de tomar una ciudad, no antes, para que no cupiese posibilidad de duda con respecto a su coraje. Estos fenómenos, que pueden parecer anacronismos medievales, fueron en realidad buena parte del secreto tras el éxito militar de los Tercios españoles, el avance de la política exterior española y las hazañas de los conquistadores españoles en Ultramar. También explican el odio que ciertos sectores de la burguesía, de poder muy reciente y basado en el dinero y el comercio, le tenían al Antiguo Régimen, y especialmente a España, que era donde éste gozaba de mejor salud.
Se mire por donde se mire, el pueblo español no estaba preparado para el advenimiento de un estado nacional moderno de tipo absolutista-jacobino, sino que los fueros, los pactos entre hombres libres, el apretón de manos extraoficial, los clanes y el tradicionalismo medieval, eran la argamasa que mantenía unido el edificio de las Españas, en una especie de federalismo arcaico —de ahí que, aun hoy, la idea de patriotismo a la moderna no esté tan implantada en España como en cualquier otro país.
En el sistema político, resulta chocante que el poder del rey en España no era tan ilimitado y dictatorial como la posteridad ha interpretado. Calderón de la Barca escribiría atrevidamente que "Al Rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios". Estando Felipe II en la iglesia de San Jerónimo en Madrid, un clérigo adulador declaró en un discurso que "el Rey es absoluto". Fue denunciado a la Inquisición, ya que esa filosofía se consideraba impía y herética. Inquisición que, dicho sea de paso, no tenía tanto fanatismo si permitía esculpir dioses paganos desnudos, ni tanta culturofobia si se escribían poemas llenos de alusiones a la mitología grecorromana, ni tanta crueldad si la mayor parte de los condenados a la hoguera fueron quemados solo en efigie, ni tanta brutalidad si, según historiadores como Henry Camen, las cárceles inquisitoriales eran más humanitarias que las civiles, ni tanto cinismo si sus tribunales ofrecían muchas más garantías procesales que cualquier tribunal civil de la época (y desde luego ofrecían muchas más garantías que la actual Ley Integral de Violencia de Género en España).
En cuanto al proceso político de incorporación de las Indias como parte de las Españas, lo primero que sorprende es que los reyes españoles, desde Isabel y Fernando hasta Felipe II, sienten seriamente el peso de la carga moral que suponía la conquista de América e hicieron cuanto pudieron para que la hispanización se hiciese de forma limpia y decorosa. A pesar de estar curtidos de sobra en los pasillos de la intriga, las lides de la guerra y los intríngulis de la diplomacia internacional, tales eran los escrúpulos de estos monarcas que —pese a ser los hombres más poderosos del planeta— eran realmente temerosos de Dios, creían realmente que rendirían cuentas ante Él y por ello no fueron pocas las veces en las que examinaban su propia conducta y si realmente estaba acorde con el Derecho lo que hacían. Esto puede interpretarse de dos maneras:
• Ridículo complejo de culpa cristiano, un auténtico sentimiento de control mental por parte de la Iglesia, a fin de favorecer un predominio del Templo por sobre el Palacio, o al menos algo de equilibrio. Lo cierto es que los antiguos romanos nunca se preguntaron si tenían derecho a conquistar una zona: su derecho era la fuerza. Lo que era conquistable, era conquistado tarde o temprano.
• Rectitud moral auténtica. Entendían que el ejercicio de un poder tan enorme requería de ciertas dosis de ascetismo, autocrítica y autocontrol. Preocupados sinceramente por el destino de su alma en el Más Allá, estos reyes se negaban a que en su nombre se cometiesen tropelías que ofendiesen a Dios. Para mostrarlo, Carlos I de España y V de Alemania se paró varias veces a cuestionar la validez de su propio proceder y estuvo dispuesto a renunciar a todas las Indias si su posesión no se ajustaba a lo que él consideraba buen hacer, acorde con el derecho divino del que se creía depositario.
La estatua de Carlos I dominando al Furor es típica del Renacimiento, pero parece expresar la filosofía de los reyes medievales: que un gobernante debe practicar cierto autocontrol, ya que el ejercicio de un poder tan grande supone demasiadas tentaciones al ego humano. La aristocracia de la época consideraba que "nobleza obliga" y que los privilegios no eran gratuitos, sino que conllevaban grandes responsabilidades y asumir un papel de ejemplo y liderazgo para con el resto del pueblo.
Estos píos remilgos eran, sin embargo, desconocidos al norte de los Pirineos, donde el maquiavelismo estratégico, la Realpolitik desalmada y la mentalidad protestante pragmática, ya precursora de estados-nación modernos, era la norma. La renacentista razón de Estado de Maquiavelo estaba destinada a engendrar la concentración de poder propia de los Estados contemporáneos. Esto se verá en Inglaterra con Enrique VIII y especialmente en la Francia del Siglo XVII, primero con el cardenal Richelieu y luego con ese L'État c'est moi (el Estado soy yo) de Luis XIV. Si Francia vio procesos de concentración del poder del Palacio, Italia, Holanda e Inglaterra vieron procesos idénticos en el poder del Mercado. En España, en cambio, se reprodujo un arquetipo ya visto en el Sacro Imperio Romano-Germánico: un predominio del Palacio, en pugna contra el Templo (la Iglesia) y el Mercado (Holanda, Inglaterra, Venecia, el Imperio Otomano).
Para franceses, holandeses e ingleses, la fuerza bruta, la audacia y el derecho de conquista eran razones más que suficientes para adjudicarse un lugar, sin prácticamente regulaciones morales. La acción de los mercaderes holandeses en Indonesia certifica que sus escrúpulos morales eran más bien escasos. Puede decirse que las autoridades españolas, en este sentido, eran muy poco yanquis, constituyendo incluso, en muchos sentidos, su antítesis exacta. De modo que no es solo que Hispanoamérica fuera un rival estratégico de la nueva potencia anglosajona, sino que su misma naturaleza estaba en contradicción con ella, necesitándose por tanto desmantelar completamente toda la arquitectura política que España había construido en Ultramar.
Es cierto que también incluso en España se llegaron a ver tics absolutistas, como aquel "el Rey lo puede todo", dicho secamente por un oficial español a un ciudadano que protestaba por la ocupación militar de Zaragoza en 1590, y especialmente más tarde con el Conde-Duque de Olivares, al que le habría gustado un sistema de poder más francés, más jacobino… más realpolitikista. Sin embargo, por cada abuso del poder, el ciudadano tenía una tradición, una institución, una cultura pseudo-sindicalista de defensa de sus derechos, un fuero o una espada que esgrimir. Este duelo entre foralismo tradicional y regalismo moderno puede compararse al enfrentamiento que sigue habiendo en EEUU entre las tendencias federales por un lado y las estatales, jeffersonianas y constitucionalistas por otro. En realidad, el Conde-Duque de Olivares fue demasiado moderno para su época y su tierra. Tanto él como muchos hombres de Estado hubieran deseado perseguir a "la orden terrible y poderosa de los jesuitas" y "convertir a la Iglesia en oficina del Estado", dando luz quizás a una iglesia nacional, como la que existía en Inglaterra, o creando un galicanismo a la española, copiando la francesa Sanción de Bourges de 1438 y hasta los diversos concilios de Toledo de la época visigoda, pero la influencia de Roma era todavía muy fuerte. Justo es decir que la Santa Sede no se oponía al absolutismo porque amase la libertad, sino porque toda concentración de poder en manos del Estado se hacía a costa de la Iglesia, cosa que se vio en la Europa protestante, donde el Estado disolvió el mundo monacal eclesiástico y se adjudicó sus propiedades, o bien las vendió al mejor postor en el Mercado…
La paz de Westfalia de 1648 selló el fin de aquella antigua forma de hacer política: lealtad a un rey reconocido libremente por pactos y fueros —aunque fuera un rey de dominios muy diversos, un emperador a su manera—, y dio a luz a la época de los Estados-Nación, relativamente homogéneos, así como a la geopolíticamente catastrófica desmembración del Sacro Imperio. Con ello, la yugoslavización de Europa quedó sellada con todas sus absurdas rivalidades fratricidas, y se frustró ese intento de imperio europeo de Carlos I. Principales beneficiarios geopolíticos: el comercio internacional y el Imperio Otomano, que, por supuesto, no fue balcanizado en sus infinitas naciones.
En la plenitud del Imperio Español, el Palacio, predominante, estaba representado por la Corona, cuyo asiento era Toledo y después Madrid. La representación del Templo corría a cargo de la Iglesia romana, muy fuerte en Toledo, Valladolid y Salamanca. Y naturalmente, aunque más controlado que en otros lugares de Europa, el Mercado seguía existiendo, proyectándose su influencia en tres vertientes:
• La continental tenía sus intereses en la ganadería bovina, la lana, la industria textil, los afamados paños castellanos, el Concejo de la Mesta y la distribución de la plata americana que entraba por el puerto de Sevilla. Tenía sus tronos en ciudades castellanas que en aquella época eran centros financieros de primer orden en la Cristiandad: Medina del Campo (sede de las ferias francas más importantes del país), Medina de Rioseco (mercado de plata, importantes lazos con la sevillana Casa de Contratación y con las ricas ciudades-estado del norte de Italia), Villalón y Valladolid. Burgos era el núcleo del comercio de la lana, que desde 1300, tenía en Bilbao y la tradición náutica vasca su salida al Cantábrico y a los mercados de los puertos flamencos, Amberes y Brujas. Su principal competidora, claro está, era Inglaterra, también afanada en colocar su lana en Flandes, amenazando la ruta de la lana castellana en su punto más vulnerable: el Canal de la Mancha. Buena parte de los conflictos que se sucederán en Hispanoamérica entre Londres y Madrid, así como el largo conflicto de Flandes, no son más que un trasplante de esta rivalidad comercial nacida en el Siglo XIV.
• La mediterránea estaba representada por la Lonja de la Seda en Valencia, cuyas tierras prometidas eran Sicilia, Nápoles, Grecia, Bizancio, Berbería (Noráfrica) y Próximo Oriente. Si floreció en la época de los almogávares en el Siglo XIV, perderá protagonismo pronto por culpa de las ciudadelas comerciales del norte de Italia, la caída de Constantinopla, el Imperio Otomano, el terrorismo litoral de la piratería berberisca en el Levante y el simultáneo auge de la opción atlántica, que harán que el brazo mediterráneo de España se atrofie. Aun así, España dominará Milán y Nápoles durante siglos y mantendrá posesiones en Italia hasta el Siglo XVIII.
• La oceánica era obviamente competencia de Sevilla, con su Casa de Contratación de Indias, su Real Casa de la Moneda (donde se fundían los metales preciosos americanos para fabricar dinero), su Consulado de Mercaderes —tributario de la Corona, pero no por ello dejaba de ser un grupo privado— y su tráfico de esclavos subsaharianos y riquezas americanas. La plata del Nuevo Mundo estaba guardada en las arcas de esta institución bajo tres llaves, cada una de ellas en manos de un hombre diferente. La influencia de mercaderes genoveses, florentinos, holandeses, flamencos, ingleses, franceses y marranos (judíos conversos) lisboetas tendía a ir in crescendo, siempre en puestos de distribución y administración de las mercancías americanas, hasta el punto de que muchos de ellos adquirieron carta de naturalización, estatuto de cargador a Indias e incluso puestos importantes en el Consulado, como priores o cónsules. En 1512, un veneciano, Sebastián Caboto, fue nombrado capitán de la Casa, y en 1518 llegó a ser piloto mayor y examinador de pilotos [9]. Estos extranjeros se estaban, por tanto, infiltrando en el aparato de navegación, información y especulación del tráfico colonial español [10]. También en la misma Sevilla era fuerte la influencia de los marinos vascos y de la Compañía Guipuzcoana de Caracas. La subversión ideológica y económica de este mundo está representada en el Siglo XVII por el fraile franciscano Francisco Fernández de Mata, apóstol de la ideología mercantilista (afín al posterior utilitarismo inglés de Bentham y Mill), opuesto a la sociedad estamental del Antiguo Régimen (lo único que mantenía a los mercaderes más o menos en su sitio), apologeta del temprano capitalismo especulativo (además de desechar la importancia del oro y la plata, consideraba que sólo la inyección de capital podía poner en marcha la productividad de un país) y, por supuesto, siempre interesado en los bajos fondos y los mundos de pobreza de su tiempo —un buen mercader todo lo quiere convertir en mar.
No puede descartarse que este conglomerado de fuerzas internacionalizantes, llamado por Gil González Dávila "corte sin rey", dirigiese, hasta cierto punto, la alternativa atlántica, la apertura del Nuevo Mundo y la revolución de precios del Siglo XVI: aunque el circuito monetario europeo estaba saturado de plata americana traída por los españoles (y también del oro traido por los portugueses desde Ouro Preto y otros yacimientos), la riqueza real, el poder adquisitivo real, no había aumentado ni de lejos en la misma medida, produciendo una fuga de plata [11], una inmensa inflación y un aumento de precios —por tanto una concentración de riqueza en manos de aquellos que detentaban el capital. La corte sin rey se trasladará a Cádiz en 1717, donde acabará confundiéndose con las logias masónicas y los intereses británicos.
Tanto el Palacio como el Templo y el Mercado se alimentaban de las energías y la sustancia vital del pueblo español —el único organismo verdaderamente nacional de España—, que solo tenía sus fueros, su esfuerzo y su tradición de hidalguía y proto-sindicalismo. Estas siniestras contradicciones producirán los interminables conflictos que pasaremos a ver a continuación.
Bookmarks