Antropología actual de los Españoles
(excerpts - pp. 90 - 95, 98 - 103, and 106 - 111)
by
Misael Bañuelos
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muestra en la estrechez de la frente, la cual es más ancha que en la raza
nórdica. Desde los ojos y oídos se señala la estrechez y excesiva longitud de la
cara, porque encima de los ojos y de los oídos, la cabeza se ensancha para
mostrar un cráneo bastante capaz, mientras que en la raza nórdica y en la
mediterránea. o no se ensancha o se estrecha, resultando el cráneo más estrecho
que la cara.
Contemplada la cabeza de un hombre dinárico de modo lateral, se
ve más claramente cómo se trata de una cabeza alta y de una cara alargada en
dirección al mentón, y se nota de esta manera también muy claramente cómo la
parte posterior de la cabeza es aplanada y constituye casi línea recta con el
cuello, sobre todo si como es muy habitual, la persona inclina la cabeza un poco
hacia adelante.
Para distinguir esta disposición de la cabeza del hombre
dinárico, de la que en forma algo semejante ofrece la raza alpina, Toldt,
usa una nomenclatura muy gráfica y exacta, diciendo: “que los dináricos son
planooccipitales y los alpinos curvooccipitales, porque tienen el occipucio
redondeado y no plano, como es el de los dináricos.
Claro es que en los cruces de unas razas con otras, el
occipucio o parte posterior de la cabeza, que es aplanada en la raza dinárica,
toma aspecto más o menos redondeado, o ligeramente prolongado hacia atrás, según
con quienes se haya cruzado la raza dinárica.
La cara contemplada en posición lateral, se nos presenta de la
siguiente manera: la frente es plana, se inclina ligeramente hacia atrás, de
modo análogo a como lo hace en la raza nórdica, aunque no de manera tan
acentuada, sino bastante más suavemente; y es además más alta la frente del
hombre dinárico que la del hombre nórdico. Las arcadas orbitarias están marcadas
más suavemente, y solo rara vez son tan acentuadas como en la raza nórdica, y
nunca como en la dálica.
Las cejas corren a lo largo de la arcada orbitaria superior, y
muy a menudo algo más bajas, y cuando en el hombre dinárico las cejas están muy
desarrolladas, dan una expresión a la cara bastante singular para reconocer a
esta raza. La nariz tiene su raíz elevada y muestra convexidad hacia arriba, por
ser, según se dice en nuestro lenguaje, acarnerada o acaballada, y se prolonga
en pico hacia abajo, de modo suavemente pronunciado unas veces, y muy acentuado,
por regla general, en el hombre, aunque también es característica esta nariz de
la mujer dinarica.
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Fig. 30. — Dinárico con influjos nórdicos, mediterráneos y preasiáticos.
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Fig. 31. — Dinárico con influjos mediterráneos y nórdicos.
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Como este rasgo racial se ha observado en muchos nobles de la
antigüedad, debido a que esta raza ha producido numerosos señores y dominadores
por sus tendencias ambiciosas y de dominio, se ha llamado a esta nariz “nariz de
nobles”, lo que no es exacto ni mucho menos, puesto que muchos nobles de nuestro
país no pertenecen a esta raza ni tienen rasgos dináricos.
Se trata, pues, de una nariz muy acentuada y pronunciada,
próxima pariente de la nariz de la raza preasiática y de la que mucha gente,
sobre todo el vulgo, considera típica de los judios. Sin embargo, la de éstos es
más carnosa y no tan estrecha y fina como la de los hombres dináricos.
Otra partícularidad que ofrece esta nariz dinárica es que
examinada lateralmente se ve siempre una porcion del tabique nasal que separa
los dos agujeros de la nariz, en cantidad mucho mayor a lo que se puede ver en
las otras razas europeas, siendo debido este hecho curioso a que el tabique de
la nariz desciende más que las alas y por eso se hace visible.
La boca se dibuja de manera fuerte y vigorosa sobre la cara,
con labios algo gruesos y anchos, en comparación con otras razas, aunque
ciertamente con la boca cerrada se aprecia diffícilmente este carácter.
La mandíbula inferior se prolonga en la barbilla hacia adelante
en un mentón pronunciado, que da mucho carácter a la fisonomía de esta raza. Es
el rasgo característico que se observa en la mayor parte de los Habsburgos y un
modo especialísimo en Carlos I de España y V de Alemania, e
igualmente en su abuelo el Emperador Maximiliano.
En tierras de Castilla llaman a ese tipo de barba y mentón,
barbilla de "zoqueta" porque lo comparan los aldeanos con el aparato que para la
protección de los dedos de la mano izquierda usan los segadores de hoz. Cierto
que es una exageración; pero que sirve bien para fijar una imagen de lo que es
la barbilla o mentón de la raza dinárica.
Por motivo de esta disposición anatómica de la mandíbula, es
frequente, cuando es muy pronunciada, que el labio inferior sobrepase el labio
superior, tal cuomo observa enl los retratos del Emperador Carlos V. Y
por tal motivo no se dibuja en esta raza más que muy suavemente, el surco que
existe por debajo del labio inferior en otras razas; y de modo especial en la
dálica.
Hemos citado a los Habsburgos como si fueran dináricos típicos,
cuando lo cierto es que no lo son, pues llevan sangre también de otras razas;
pero la nariz y la barbilla podían servirnos de ejemplo como a Günther, y
por eso los hemos cit citado.
La mandíbula inferior, que tanto carácter da a la cara del
hombre dinárico, ofrece otros caracteres interesantes, pues lejos de formar
ángulo la parte ascendente con la que debía ser parte horizontal, casi non lo
forma, o lo forma muy abierto. Esto último es lo exacto, prolongándose con
ligero encurvamiento desde el oído hasta el mentón.
Visto el sujeto de frente, el aspecto de la cara es de vigor y
dureza, llamando sobre todo la atención la longitud extraordinaria de la cara,
su estrechez, lo pronunciado de la barbilla, aunque no siempre avanzando hacia
adelante, sino descendiendo simplemente, y la nariz tipica que hemos descrito
comu propia de esta raza. Igualmente llama la atención lo escasamente incurvado
de las cejas y el tamaño de los ojos pareco más grande, debido a que la abertura
palpebral es mayor.
Las orejas también producen impresión de mayor tamaño que en
otras razas. La piel es tan morena, que aun sin la acción del sol da impresión
de morenez, siendo más acentuado este color en los párpados, incluso en el
hombre.
Los cabellos son más fuertes que en las otras razas, y además
lo es el vello del cuerpo, variando el color desde moreno obscuro hasta negro.
No obstante, la raza dinárica no es raza de cabello grueso, sino de cabello fino
y delgado. Los que usan barba la suelen tener muy densa y cerrada, subiendo muy
alta por los lados en forma de patillas, mientras que en otras razas los pelos
de las regiones laterales de la cara son mucho más cortos y no tan numerosos.
En las mujeres de esta raza, se observa una tendencia a poseer
un bozo, singularmente señalado.
Los ojos son de color castaño, más o menos obscuros, e incluso
negros; y la expresión de la cara, juntamente con el cuerpo, es la de que se
trata de una raza especialmente fuerte y con conciencia de su fortaleza.
Caracteres psicológicos de la raza dinárica
El hombre dinárico ofrece entre sus cualidades psicológicas más
sobresalientes, un fuerte amor a la patria, pero sobre todo a la patria chica, a
las montañas y a los valles en que vive, al terreno en que están sepultados sus
antepasados, y a los campos que ha recorrido en su niñez y juventud. Este cariño
a la patria chica le lleva a estar orgulloso de su tierra y de su origen,
sintiéndose racialmente orgulloso de sus antepasados y de sus contemporáneos.
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Fig. 32. — Dinárica con cruces mediterráneo y otros.
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Fig. 33. — Dinárico con influencias acusadas mediterráneas. |
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Especialmente se han notado estas características en los
hombres de las montañas del Tirol y de Baviera, en servios, croatas, suizos,
etc., pertenecientes muchos al grupo racial dinárico. Pero no es solamente una
propiedad del hombre dinárico que vive en estos países, sino del dinárico que
vive en cualquier parte del mundo, como su patria de origen. Por otra parte,
nosotros queremos hacer notar que esta característica se observa igualmente en
otras razas braquicéfalas o de cabeza corta, como son muchos descendientes de la
raza celta. En España, los más entusiastas de su terruño son los braquicéfalos
de Asturias, Galicia, Santander y Vascongadas, y los no del todo escasos que hay
en Aragón.
También los andaluces más exaltados, en su cariño a la tierra
andaluza, suelen ser los braquicéfalos y no los dolicocéfalos.
El hombre dinárico, lejos de su patria, siente también una
nostalgia más intensa que otros grupos raciales, sea cualquiera el país donde se
halle, importando muy poco que sea muy caluroso, llano o montañoso, que haya mar
o carezca de él. Es la tierra nativa la que atrae al hombre dinárico.
Junto a este carácter, destácase de manera especial en la
psicología de esta raza la fuerte conciencia de sí mismos, el orgullo de su
raza, y la valentía en las luchas y en los combates militares. Es una raza
guerrera, señorial y dominadora. Por ello ha dado grandes generales, grandes
creadores de Estados y de Imperios, y muchas familias reales llevan en su sangre
gran porción de sangre dinárica.
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Fig. 34. — Dinãrico con influencias varias. |
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Se ha dicho de ellos que son soldados de nacimiento y guerreros
por naturaleza; y no obstante la raza se ha visto doininada y sometida, primero
y por un lado, por los nórdicos, por otro lado por sus hermanos los
preasiáticos, y por el Sur y Oeste por la raza eurásica mediterránea.
Incluso en la excursión que esta raza hizo hacia el Sur de
Rusia, invadiendo la Ucrania, fué contenida y dominada por las razas del
interior del Asia, posiblemente porque habiendo tantos señores, ninguno pudo
imponerse a todos y unirlos en fuerte haz, y lucharon siempre en forma de
pequeños Estados.
Su orgullo y la conciencia de sí mismos y su honor los lleva a
ser extraordinariamente susceptibles y hasta puntilosos en el trato social, lo
que les hace chocar con muchas gentes por causas nimias, cayendo en extremos de
ira, rabia y odio, incomprensibles para los hombres de otras razas.
Parecía que con estas cualidades habían de estar en desventaja
para ser buenos comerciantes y hombres de negocios; y sin embargo, es lo cierto
que por lo menos en nuestro país,
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que extendidos en su amplitud, sobrepasan en algunos centímetros la altura del
cuerpo. La distancia de un extremo del dedo medio al dedo medio de la otra mano
es siempre superior a la talla del individuo.
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Fig. 35. — Calavera de hombre alpino |
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Los dedos son cortos, tanto en las manos como en los pies, y la
mano gruesa y ancha e incluso los dedos son también anchos hasta en las falanges
más pequeñas. Todas las articulaciones son anchas, y al parecer fuertes.
Esta raza tiene ya de por sí una tendencia a la obesidad
corporal, sobre todo en las mujeres. Y aun en aquellas personas que no son
obesas, el peso del cuerpo, en relación a la talla, es superior al que presentan
otras razas, especialmente la nórdica, la mediterránea y la dinárica.
La cara es ancha y corta, y conjuntamente con esto, de forma
redondeada, lo que los caricaturistas han exagerado dibujando cabezas esféricas
o cuadrangulares, con ángulos muy redondeados. Sin embargo, el aspecto
cuadrangular es más propio de la raza dálica, y el redondeado de la raza alpina.
Esta raza alpina ha motivado la frase generalizada por todo el mundo, donde ella
existe, frase gráfica, que designa la cara de muchas de estas personas, con el
nombre de “cara de luna llena”.
La propia cabeza de estas personas es redondeada y semiesférica
y no tiene el aplanado posterior de los dináricos, o la dolicocefalia de los
nórdicos y mediterráneos. Igualmente es redondeada la cabeza en la parte
superior, lo que contribuye más todavía a dar el aspecto esférico a toda la
cabeza.
Por otra parte, en todas las razas es fácil distinguir el
cráneo, o mejor dicho la calavera masculina, de la femenina, porque siempre
presentan rasgos característicos propios del sexo. Pero en esta raza es
extraordinariamente difícil en algunas ocasiones.
Los ojos, colocados bajo una frente vertical y amplia, están
ligeramente propulsados hacia afuera, o ligeramente hundidos en la cavidad de la
órbita.
El nacimiento de la nariz a nivel de la frente se señala por un
hundimiento bien marcado, que da la impresión de que estos individuos son
ligeramente chatos, porque la nariz es corta y ancha. Desde luego son los
individuos que tienen la nariz más corta de todas las razas europeas, y
sobresale muy poco del plano en que está situada la cara, al contrario de lo que
sucede en todas las demás razas.
En la mandíbula inferior forma casi ángulo recto la parte
horizontal con la vertical, y ei mentón o barbilla resulta redondeado y muy poco
pronunciado. Podría decirse que si la raza dálica era la raza de lo
cuadrangular, ésta es la raza de lo redondeado.
Contemplados de frente producen la misma impresión, y llama
sobre todo la atención la frente ancha y abombada, la separación en que se
encuentran los ojos, el hundimiento de la nariz, la anchura de la cara desde los
pómulos, y la cortedad y redondez de la cara.
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Fig. 36. Alpino preferentemente
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Fig. 37. — Alpino con influjo mediterráneo. |
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Si a todo esto se suma el que las partes blandas de la cara,
con su tendencia a la obesidad, contribuyen a dar forina más redondeada a todo
el conjunto de la cabeza, se tiene idea suficiente para juzgar por el aspecto e
impresión que producen, para ser reconocidos al primer golpe de vista.
La grasa se deposita en los carrillos y debajo de la barba,
haciendo barbada o sotobarba en uno o más pliesgues, e incluso se llega a
depositar la grasa sobre el párpado superior, entre éste y las cejas,
señalándose como un reborde fácilmente distinguible.
La piel suele ser gruesa y fuerte, dando la impresión de una
piel poco rica en vasos y menos blanda y fina que la de otras razas estudiadas
hasta ahora, aunque en nuestro país son muchos los alpinos de piel blanca y
fina, tanto como puedan tener las otras razas, pero menos rosada.
Es morena como la de la raza mediterránea, y de ningún modo con
tendencia a rosada, sino a ostentar un tinte ligeramente amarillento. En algunos
casos la piel es de color blanco, pero nunca con tendencia a rosada o roja, sino
a blanco mate, con tinte algunas veces ligeramente amarillento, perceptible de
manera clara por comparación, y difícilmente a simple vista en examen aislado.
Por la acción de los rayos solares obscurece, pero menos que la
piel de la raza mediterránea o de la raza dinárica, sien do por el contrario
bastante refractaria al eritema solar. En la vejez y al adelgazar el individuo,
suelen formarse numerosas arrugas en la cara, y aun en el cuerpo.
Los cabellos son abundantes, pero menos largos que en otras
razas, redondeados y gruesos, y el pelo por el cuerpo es más abundante que en
otras razas, especialmente que en la raza nórdica, desarrollándose sobre todo en
forma profusa en el pecho y en las piernas. No obstante, en una variedad de
alpinos españoles falta muy a menudo este signo, pues poseen una piel limpia de
todo vello.
El color del pelo del cuerpo y de la cabeza oscila desde
castaño hasta negro, y por regla general es negro. En algunas ocasiones incluso
negro como en las razas centroasiáticas. El color de los ojos es en el iris
castaño más o menos obscuro, y en la conjuntiva se nota el color blanco de la
esclerótica, modificado con tinte ligeramente amarillento como si acusaran suave
subictericia. Tampoco este signo es constante entre nuestros alpinos, donde es
fácil descubrir dos variedades de esta raza.
Esta raza está distribuída por todas las naciones de Europa,
alcanzando su mayor densidad de población alrededor de los Alpes y en los
terrenos montañosos de todos los paises. Posiblemente en Francia es donde
adquiere mayor proporción, en la zona que se extiende desde la Suiza francesa
hacia el interior de las montañas del centro de Francia, sobre todo en Auvernia.
En España son igualmente los países montañosos del Norte, como
Galicia, Asturias, Santander, provincias Vascongadas, Navarra, Alto Aragón y
Cataluña, así como también en las montañas de Béjar y terrenos próximos, donde
más abunda esta raza.
Parece que es todo ello debido a que, combatida en la
antiguedad por las otras razas más fuertes que ella, se refugió en las zonas
montañosas que desechaban las otras razas, y además porque en esos terrenos
tenían mayores facilidades de defensa, al igual que ha ocurrido con los núcleos
preasiáticos, que en la más remota antiguedad invadieron España, y hubieron de
refugiarse y parapetarse para la defensa en los terrenos montañosos más
inaccesibles y menos gratos para la vida, segán parece que aconteció con el
núcleo preasiático, introductor de la lengua vascuence en nuestra Península.
Caracteres psicológicos de la raza alpina
Caracterízase en su psicología esta raza, según ciertos autores, por su
hosquedad y reserva, y por lo que aquí entre la gente aideana de Castilla se
llama ser “callanchón”. Es decir, persona callada en extremo, que habla poco y
escucha mucho.
Sin embargo, nosotros no estamos muy conformes con estas apreciaciones, y
consideramos más justo decir que no tienen los miembros de esta raza la
locuacidad de los mediterráneos, la fanfarronería de los dináricos ni el orgullo
de los nórdicos; y que son solamente callados, prudentes, discretos y
desconfiados, como se aprecia perfectamente en los aldeanos gallegos,
pertenecientes a este tipo racial, o en aquellos vascos que también existen como
representantes de este grupo racial alpino.
Más justo nos parece decir con Kipley: “que es una raza paciente”.
Caracterízanse, sí, por su paciencia e inalterabilidad, siendo además notables
por su aplicación al trabajo, cariño a su tierra, apego a la casa en que han
nacido y vivido y dependencia y unión a su familia.
Y esto sí que es un buen retrato psicológico de los aldeanos gallegos,
asturianos, santanderinos y vascos, pertenecientes a esta raza, porque de verdad
son así. Claro es que los otros aldeanos de esas comarcas pertenecientes a otras
razas tienen psicología bien distinta.
Por otra parte, no olvidemos que han vivido y siguen viviendo mandados,
gobernados, y desgobernados por los eurásicos, nórdicos y mediterráneos, o por
dináricos y preasiáticos, que siempre han sido la autoridad y el mando en los
sitios en que han vivido, teniendo que soportar lo mismo a los buenos que a los
malos gobernantes, y muchas veces sus caprichos, injusticias y atrocidades.
Ha dicho algún autor que esta raza representa el tipo de la raza sedentaria,
apegados al terruño, carentes de todo espíritu y ambición de mando, y de figurar
en la vida social y pública; permaneciendo unida siempre a su tierra de labor, y
a sus animales domésticos, o a su tiendecita, a pesar de todos los disgustos,
miserias y trabajos que sufran. Y si alguna vez se ven obligados a emigrar,
hechos algunos ahorros vuelven en general a su aldea y a la casa que les vió
nacer. a vivir allí los últimos días de su vida, en la tranquilidad y sosiego
que les sean permitidos.
Esta manera de diseñar el alma del hombre alpino, que pertenece a Kipley,
dibuja exactamente la manera de ser de nuestros emigrantes gallegos y
asturianos, pertenecientes a esa raza alpina, que yendo a América y pasando allá
miserias y privaciones, vuelven a la dulce tierra de Galicia o de Asturias, a
vivir como indianos, pobres o ricos, los últimos dias que Dios les permita
vivir, deseando únicamente que los hombres de las otras razas les dejen vivir
tranquilos.
Desgraciadamente, el nórdico, vasco, asturiano o santanderino perteneciente a
otras razas y que emigra, no vuelve con tanta facilidad, y encuentra nueva
patria allá donde encontro suerte o desgracia; pues ello poco importa para
retornar a la patria que abandonaron.
Hacemos esta defensa de la raza alpina, porque los autores la tratan con cierto
menosprecio, y de modo muy especial los
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manifieste tales deseos y sentimientos de igualdad y uniforimidad comunes a
todos los hombres de todas las razas.
Ya estamos más conformes con la observación de Arbo, de que en esta raza
suelen faltar los sentimientos aristocráticos, el impulso a sobresalir y el afán
de distinción y perfeccionamiento continuo, o por lo menos existen muy atenuados
en comparación con las razas estudiadas previamente.
Es cierto también que la raza aipina no presenta entre sus miembros aquellas
caracteristicas que parecen ser aspiración sobre todo de las razas nórdica,
mediterránea y dinárica: la tendencia a los grandes hechos, a las heroicidades,
a emprender grandes aventuras, y a acometer difíciles empresas. Pero yo no estoy
convencido de que esto falte en absoluto en el hombre alpino, sino que estimo
que es un fenómeno debido al medio en que ha vivido y a la educación recibida.
Nadie puede sentir aquello que no se le inculcó, y nadie puede pensar en
acometer las empresas que nadie le señaló. La inmensa mayoría de los hombres
realizamos en el curso de nuestra vida aquello que fué sueño e ilusión
íntimamente sentidos por nuestros padres, o por nuestros tíos o educadores que
más influyeron en nosotros.
El autor, en estos momentos, probablemente no está realizando otra cosa que
desenvolver los sentimientos de orgullo familiar racial, que se le inculcaron de
niño, haciéndole sentirse descendiente de una famiia trabajadora, honrada,
patriota y fuerte fisica y moralmente, lo que le hizo que se sintiera desde los
primeros años de su vida como ser perteneciente a una tipología racial de
selección progresiva.
Las lecturas, la educación y la vida amortiguaron aquellas ilusiones; pero acaso
en este libro reaparecen en forma de divulgación de conocirnientos raciales,
puestos al alcance del gran público capaz de leer libros.
Por ello estimamos que es necesario ser muy cauto y muy discreto antes de
atribuir a una raza cualidades que no son expresión de su propia naturaleza,
sino per el contrario, expresión de la inanera de vida que se ye forzado a
llevar.
En otros libros hemos señalado como caracteristica, no de una raza, sino de
todas en absoluto, y más todavía de todas las especies animales, y aun de la
simple materia viva, la tendencia al dominio, lo que entraña la tendencia a
sobresalir y a señorear. Y por lo tanto, no va a ser la raza alpina una
excepción. Lo que ocurre es que, viviendo en posiciones raciales inferiores, y
acobardada por los imponderables psicológicos de los otros grupos raciales, no
puede manifestar estas tendencias en toda su floración y enérgica resolución.
Tampoco creemos que sean expresión de la raza otras características
psicológicas, como la falta de cordialidad, generosidad y desprendimiento; y sí,
por el contrario, las manifestaciones sobresalientes de la tacañeria y del vivir
defendiendo por todos los procedimientos sus pequeños ahorros.
La vida les ha enseñado lo que les cuesta ganar una moneda de plata, y lo
fácilmente que se la arrebatan con unos y otros medios los hombres de otros
grupos raciales. Y por otra parte, lo peligroso que les resulta ser desprendidos
y largos de mano para gastar su dinero. Y por ello lo defienden como una de las
maneras de exteriorizar el instinto y el impulso a vivir.
No son por consiguiente los de la raza alpina hombres de corazón estrecho,
tendentes siempre a reclamar pequeñas deudas, o el pago de pequeños favores. Es
gente que lo necesita y que no puede desprenderse de ello sin graves
inconvenientes para un futuro próximo.
En cambio, consideramos un acierto señalar, como lo ban realizado varios
autores, el hecho de que el hombre alpino se siente más ligado que los otros a
las cosas que le circundan y a la tierra donde nació y vivió siempre. En parte
es así por debilidad de su posicion entre las otras razas, y acaso también por
tendencia natural. Probablemente por ambas cosas a la vez.
Como se habrá observado, se señalan en realidad en la tipología de esta raza la
psicología del labriego y del aldeano de la mitad norte de España; pero sobre
todo lo que ha hecho famosos a ciertos tipos de aldeanos gallegos. Pero yo
quiero subrayar muy llamativamente el hecho singular de que esta psicología, es
la psicología de aldeano pobre o poco acomodado, pertenezca a la raza que
quiera, y que sólo una parte pequeña de esa psicología es característica de la
tipología racial.
En el volumen IV de esta serie de libros, y en el primer capítulo, hemos llegado
a la conclusion de que las clases sociales son clases biológicas, y que las
clases sociales tienen una mentalidad particular. Y también hemos afirmado que
estas clases sociales y estas clases biológicas no son inmutables ni permanentes
en sus miembros, sino que unos ascienden y otros descienden por razones de
índole biológica de sus miembros. Pero nunca hicimos la afirmación de que las
clases sociales fuesen clases raciales, pues a todas luces ello es un error.
Por el contrario, las clases sociales están constituídas por todos los grupos
raciales, hasta ahora estudiados; y hoy, por lo menos en España, la raza alpina,
dentro del gremio de comerciantes de productos alimenticios, tiene una
abundantísima representación, y aun en otras ramas del comercio y de la
industria, lo que prueba que esta raza, a la que se atribuyen cualidades
relativamente de inferior categoría, colocada en el ambiente español del último
siglo, ha logrado salir de las aldeas y pueblecitos, para entrar en la ciudad y
encumbrarse por el único camino posible para ella, que era llegar de
adolescentes para limpiar un comercio y barrer una tienda, o servir recados,
para llegar más tarde a encargado de una y finalmente a propietario de varias
tiendas.
Otro carnino les ha quedado también en nuestro país, y ha sido la carrera
religiosa. Abandonados los seminarios católicos por los hijos de las familias
bien acomodadas y aristocráticas, se han nutrido durante muchísimos años con
niños extraídos de familias honradas y de conducta honesta de todas las aldeas,
y otro tanto ha ocurrido con los conventos de frailes. Y dado el sistema
democrático riguroso y de igualdad absoluta en que la Iglesia católica coloca a
los individuos de su clero, el hombre alpino ha podido sobresalir en muchas
ocasiones; y así podemos descubrir en numerosas personas eclesiásticas,
pertenecientes a ambos cleros, religiosos ilustres por su saber y por sus obras
pertenecientes a la raza alpina, o por lo menos con rasgos que nos permiten
clasificarlos corno individuos preferentemente alpinos.
Intelectualmente es hombre que tiende muy poco a hacer distingos y análisis de
los problemas. El ve el inundo, no con facetas diferentes y estudiables, sino
con una sola faceta quo no es la analítica del hombre nórdico, ni la alegre y
superficial del hombre mediterráneo, ni la seria y profunda del hombre dálico.
El hombre alpino ve solamente una o dos facetas a lo sumo, que se fijan en esto:
lo útil o lo agradable, y a unir lo útil con lo agradable tienden todos sus
esfuerzos, cuando se dedica a estudios intelectuales. En los escritos de
nuestros más ilustres autores religiosos se descubre esta tendencia,
invariablemente unida a un sentimiento de igualdad democrática, copiada de la
que se practica en la Iglesia católica.
De cualquier manera que sea, y en cualquier esfera en quo viva, el hombre alpino
admite con dificultad novedades e innovaciones, y permanece siempre firmemente
unido a lo tradicional, a la costumbre y a lo antiguo, sintiendo cierta
repulsión hacia lo moderno.
En el terreno familiar se nos aparece el hombre alpino como íntimamente unido a
su familia, constituyendo con ella un grupo lo más cerrado posible, y lo más
aislado quo podemos encontrar de toda relación social.
Sin embargo, con otros hombres, y algunas otras familias de su propia condición
social y tipología racial, llega a unirse también estrecharnente, formando
amistades cordiales. Y desde luego, vive contento y satisfecho entre los hombres
de su medio social, y más particularmente de su aldea y de su terruño. Sobre
todo cuando se compenetra con ellos, se nos presenta en un aspecto insospechado
de amistad, cordialidad e incluso bromas y humor de buena ley.
Günther hace constar el hecho curioso de cómo reacciona el hombre alpino
a la borrachera, en forma sentimental, hasta llegar a llorar, abrazando a éste y
al otro, derramando profusas lágrimas. En Castilla dicen quo la borrachera en
estos sujetos es “llorona”. En cambío, en el hombre nórdico la borrachera suele
ser agresiva, salvaje y grosera; y en el hombre dinárico, camorrista y
provocadora, como si en la borrachera se perdieran los frenos que en estado
normal obligan al hombre a cotuportarse de otro modo, con arreglo a la educación
que se le ha dado en el medio social en que ha vivido.
El mundo del hombre alpino se encierra en su hogar y en su aldea, y todo lo más
en su comarca. Pero solamente mediante la educación y la cultura llega a sentir
la nacionalidad y la patria grande, y todavía más difícilmente liega a
comprender las aspiraciones a grandes empresas y a grandes hechos. Todo lo cual,
por otra parte, tiene importancia considerable para el país donde crece y vive.
Por ello mismo no tiene tendencia a ser soldado ni militar; y cumplidos sus
deberes miitares, no gusta de permanecer en los cuerpos armados de la nación, y
prefiere volver a cultivar sus pocas tierras, y a ver erecer sus animales
domésticos. La vida militar le es totalmente extraña, en oposición a lo que
sucede al nórdico, mediterráneo y dinárico, que la sienten, y cifran su orgullo
en ser soldados de su patria.
Pero a pesar de ello han demostrado siempre, en todas las guerras, que cuando se
les arma y se les manda, constituyen soldados tan buenos como los mejores en la
defensa, gustando menos de los ataques contra el enemigo; pero en toda ocasión
se comportan como excelentes militares.
A pesar de ser siempre conservadores en politica, y de figurar siempre en los
partidos de derechas, por las condiciones sociales en que viven, y por su
tendencia a la igualdad y a la uniformidad, prendió en ellos fácilmente la
propaganda comunista en muchos países, sin abjurar de sus ideas católicas, que
muchos de ellos encontraban compatibles con la doctrina comunista, como se ha
podido observar entre los alpinos de las montañas vascongadas, en la pasada
guerra civil española, incluso nun por personas ilustradas del clero, lo que es
menos asombroso de lo que a primera vista parece, si se tienen en cuenta las
razones sentimentales de orden racial y las circunstancias singularísimas que
han provocado la contienda española.
De todos modos, siempre ha sido el hombre alpino rebaño conducido, y como tal
figura en todos los partidos politicos inãs extremos, mientras que el hombre
nórdico el mediterráneo y el dinárico, actúan entre los dirigentes y conductores
de esos mismos partidos. Solamente el hombre dálico ha tendido a mantener su
independencia y su equilibrio mental en todas las graves cuestiones que
apasionan al mundo actual.
Un hecho parece cierto, y es que la idea de la igualdad de los hombres, ha sido
siempre una idea preasiática o centroasiática en cualquier aspecto que se
examine este concepto de igualdad humana, que va ligado al de inferioridad de
las razas que lo mantienen, y también como agudamente señaló Nietzsche,
al odio a lo que sobresale y se distingue.
Porque claro es que si hubiese alguien que sobresaliera o se distinguiera,
fallaba el concepto de igualdad. El fracaso diario de la doctrina no es bastante
para hacerles comprender lo absurdo de la misma, y lo mantendrian hasta que
ellos pudieran pasar a ser los que se distinguieran, colocando a los demás
hombres en condiciones de inferioridad.
Sin embargo, justo es reconocer que en el hombre alpino de nuestro país estas
ideas existen mucho más atenuadas que en los otros aipinos de Europa, y sobre
todo que en centroasiáticos y preasiáticos.
Es curioso, a pesar de todo, que ilegado el momento de una revolución de tipo
democrático, siempre los hombres de raza alpina son dirigidos y mandados, o por
hombres de raza nórdica y mediterránea, o si se trata de los países orientales
de Europa, por judíos, que son una raza preasiática, y por otros grupos
preasiáticos, que en la Historia demostraron siempre tener gran habilidad para
introducirse en todos los partidos políticos, y ascender rápidamente hasta los
primeros puestos.
En el matrimonio, dícese que se lievan bien cuando hombre y mujer son de raza
alpina, y mal cuando cualquiera de ellos no lo es, porque su psicología goza de
poca elasticidad para adaptarse en parte a la manera de concebir la vida y de
sentirla el otro cónyuge. Por otra parte, la vida sexual del hombre alpino suele
carecer de la pasión del hombre mediterráneo, y del romanticismo del hombre
nórdico, por lo que es diffícil que lleguen a congeniar con individuos de esta
clase.
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