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Thread: Grandes desconocidos de la historia de España

  1. #1
    Todos contra nos Y nos contra todos Empecinado's Avatar
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    Default Grandes desconocidos de la historia de España

    Hilo para recopilar personajes total o relativamente desconocidos de nuestra historia. Empiezo con el mallorquín Antonio Barceló, el almirante de la Armada en tiempos de Carlos III, que ascendió desde lo más bajo al derrotar continuamente en inferioridad númerica a piratas argelinos y turcos, casi consigue conquistar Gibraltar y fue quien definitivamente puso fin a la piratería berberisca :

    Antonio Barceló, del que hay un dicho popular: ser más valiente que Barceló en la mar.

    Esta legendaria figura fue una pesadilla para sus enemigos. Ascendió en la carrera militar por méritos propios, capacidad de mando y valor en el combate. Su especialidad era el abordaje, y se dirigía a sus combatientes para arengarlos diciéndoles: Tenemos que ahorrar pólvora al rey.


    En un abordaje, una bala de mosquete atravesó la mejilla del capitán Barceló en 1762, lo que no le arredró de seguir combatiendo a los corsarios argelinos. Aunque la expedición a Argel en 1775 fue un fracaso, Barceló salvó con valentía a muchos soldados volviendo a embarcarlos tras el fallido asalto terrestre.

    Estuvo cerca de recuperar Gibraltar en 1779, empleando lanchas cañoneras, y se le dedicaron coplas como la siguiente: Si el rey de España tuviera/ cuatro como Barceló/ Gibraltar fuera de España/ que de los ingleses, no.

    Participó en dos expediciones de castigo, cañoneando la ciudad pirata de Argel para disuadir a sus corsarios de seguir atacando a los españoles, y cuando va a socorrer a Ceuta, sitiada por los marroquíes, éstos para evitar a Barceló levantan el sitio.

    Finalmente muere en Mallorca en 1797 ya retirado, dejando tras de sí un imperecedero recuerdo en la historia de la Armada Española.


    Más aquí.


  2. #2
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    Dejo un artículo de Reverte que viene al caso.
    A Velasco, el viejo amigo Jack Aubrey no le llega ni a la bragueta


    Te estás amariconando, Reverte, me dice un lector de Santander. Diez años dando estiba en esta página a los perros ingleses, enemigo histórico de toda la vida, y ahora vas y recomiendas Master and commander, que es un película estupenda, sí, pero también un canto épico a la marina británica. A ver si de tanto leer a Patrick O’Brian y darte el pico con Javier Marías tienes el síndrome de Estocolmo. Cabrón. ¿Por qué no reivindicas la figura de mi paisano Luis Vicente Velasco? ¿Ein? Si ése fuera inglés, le habrían hecho diez películas. En hazañas navales no le moja la oreja ningún hijo de la pérfida Albión. Pero era español, claro. Santanderino de Noja. Por eso ya no se acuerda de él ni la madre que lo parió.

    La verdad es que el lector cántabro tiene razón. Así que, para lavar mi culpa y evitar, de paso, que los futuros súbditos del Orejas se suban a la parra –este año andan muy flamencos con el tricentenario de lo de Gibraltar–, he decidido dedicarle hoy la página, por todo el morro, al capitán de navío de la Armada española don Luis Vicente de Velasco. A quien, las cosas como son, el viejo amigo Jack Aubrey no le llega ni a la bragueta. Y consuela mucho, la verdad, repasando nuestra desgraciada Historia, tan llena de baldones, vileza e incompetencia, toparse de vez en cuando con gente como don Luis: leal, inteligente y con los huevos en su sitio. Ejemplo, una vez más, de lo que podría haber sido esta desdichada tierra si tantos buenos vasallos hubiesen tenido buenos señores.

    Atentos a la biografía de mi primo. Guardiamarina con quince años, Velasco se fogueó en los intentos por recuperar Gibraltar, en la toma de Orán y en numerosos combates navales contra los corsarios berberiscos. A los treinta tacos era capitán de fragata, y al mando de una de ellas, artillada con treinta cañones, se encontraba en 1742 navegando entre Veracruz y Matanzas cuando le salió al paso una fragata de cuarenta cañones seguida por un bergantín, ambos ingleses. Si lo trincaban entre dos fuegos estaba listo de papeles, así que decidió darse candela con la fragata antes de que llegase el bergantín. Se arrimó al enemigo, que venía muy chulito, empezó el combate, y después de dos horas de sacudirse estopa pasó al abordaje, hizo arriar el pabellón a la fragata inglesa, volvió a su barco, dio caza al bergantín –que al ver el panorama había salido cagando leches–, lo rindió y entró en La Habana con las dos presas. Y para no enfriarse, cuatro años después, con dos jabeques guardacostas, tomó al abordaje otro buque de guerra inglés de treinta y seis cañones. La criatura.

    Pero lo que grabó el nombre de Velasco en esa Historia de España que ahora, desde la Logse, nadie estudia, fue la defensa del castillo del Morro de La Habana en 1762; cuando, siendo capitán del navío Reina, se le encargó disputar esa fortaleza a la flota de invasión inglesa compuesta por doscientos barcos y catorce mil hombres. En la defensa del Morro, donde la artillería enemiga lo superaba seis a uno, Velasco estuvo treinta y siete días sin desnudarse y sin apenas dormir. Para hacernos idea de cómo se batió, el tío, basta echar un vistazo al magnífico cuadro conservado en el Museo Naval de Madrid: el fuerte soltando cebollazos, los ingleses cañoneándolo, el Cambridge desarbolado y hecho un pontón tras perder a su comandante, tres oficiales y la mitad de su tripulación, el Marlborough remolcándolo, el Dragon apartándose con graves averías y el Stirling huyendo del fuego como una rata. O sea. Rule Britania un carajo.

    Al final, lo de siempre. España. Nosotros. Esa Habana abandonada de la mano de Dios. Una mina inglesa abrió brecha, los ingleses se colaron por ella, don Luis Vicente acudió espada en mano, y zaca. Lo reventaron. Agonizante, ya caído el Morro, el general inglés fue a abrazarlo y a decirle olé tus pelotas, chaval. Verygüel lo tuyo, top typical spanish eggs. Y en la carta que lord Abermale escribió a Londres dando cuenta del escabeche, lo llamaba «el capitán más bravo del rey católico». Que en boca de un hijoputa inglés arrogante de entonces tiene su mérito de aquí a Lima. Y un detalle: todavía a mediados del siglo XIX, al pasar por la costa santanderina ante la playa de Noja, los navíos británicos ponían la bandera a media asta. Pero claro. En Inglaterra le preguntas a un colegial quién fue Nelson, y te lo dice. El de Trafalgar, ofcourse. Pregúntenle aquí, a cualquiera, quién fue Velasco.

    Espada tengo. Lo demás, Dios lo remedie.

    In the west almost all Spain had been subjugated, except that part which adjoins the cliffs where the Pyrenees end and is washed by the nearer waters of the ocean. Here two powerful nations, the Cantabrians and the Asturians, lived in freedom from the rule of Rome.")
    — Lucius Anneus Florus , Epitome de T. Livio Bellorum omnium annorum DCC Libri duo Bellum Cantabricum et Asturicum


    Ethnicity of the Celts/Iberian. Tribes: Avariginos, Blendi, Concanos, Coniscos, Orgenomescos, Plentusios, Tamáricos and Vadinienses.--->http://www.theapricity.com/forum/sho...40#post3047240

  3. #3
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    Este es bastante conocido, Millán-Astray pero más por su incidente con Unamuno que por su carrera militar. Ideologías aparte, fue un gran estratega, perfectamente al nivel de los grandes capitanes de Tercios de la buena época. Inspirándose en las legiones romanas, los tercios españoles, el Bushido y la Legión Extranjera francesa, creó un cuerpo de élite que hizo renacer a todo el Ejército, que supo acabar con la guerra de Marruecos y cuya experiencia fue de un valor incalculable durante la Guerra Civil y posteriormente en la División Azul.

    En mi opinión, un Blas de Lezo del siglo XX.




  4. #4
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    Pongo otra de Reverte para aportar algo al hilo, no es exactamente alguien relevante en la historia de España pero sin duda su relato personifica a tantos soldados y guerreros españoles que murieron poco menos que anónimamente.

    Una tumba en Dinamarca

    Desde hace doscientos dos años, en un lugar perdido de la costa danesa frente a la isla de Fionia, donde siempre llueve y hace frío, hay una tumba solitaria. Tiene una cruz y dos sables cruzados sobre una lápida, y está pegada al muro del cementerio de San Canuto, en Fredericia. De vez en cuando aparece encima un ramo de flores; y a veces ese ramo lleva una cinta roja y amarilla. Esto puede llamar, tal vez, la atención de quien pase por allí sin conocer la historia del hombre que yace en esa tumba. Por eso quiero contársela hoy a ustedes.

    Se llamaba Antonio Costa, y en 1808 era capitán del 5.º escuadrón del regimiento del Algarbe: uno de los 15.000 soldados de la división del marqués de la Romana enviados a Dinamarca cuando España todavía era aliada de Napoleón. Después del combate de Stralsund, la división había pasado el invierno dispersa por la costa de Jutlandia y las islas del Báltico. Al llegar noticias de la sublevación del 2 de Mayo y el comienzo de la insurrección contra los franceses, jefes y tropa emprendieron una de las más espectaculares evasiones de la Historia. Tras comunicar en secreto con buques ingleses para que los trajesen a España, los regimientos se pusieron en marcha eludiendo la vigilancia de franceses y daneses. Por caminos secundarios, marchando de noche y de isla en isla, acudieron a los puntos de concentración establecidos para el embarque final. Unos lo consiguieron, y otros no. Algunos fueron apresados por el camino. Otros, como los jinetes del regimiento de Almansa, recibieron en Nyborg la orden de sacrificar sus caballos, que no podían llevar consigo; pero se negaron a ello, les quitaron las sillas y los dejaron sueltos: medio millar de animales galopando libres por las playas. En Taasing, viéndose perseguidos por los franceses y cortado el paso por un brazo de mar que los separaba de la isla donde debían embarcar, algunos del regimiento de caballería de Villaviciosa cruzaron a nado, agarrados a las sillas y crines de sus caballos. De ese modo, cada uno como pudo, aquellos soldados perdidos en tierra enemiga fueron llegando a Langeland, y 9.190 hombres -sólo unos pocos menos que los Diez Mil de Jenofonte- alcanzaron los buques ingleses que los condujeron a España; donde, tras un azaroso viaje, se unieron a la lucha contra los gabachos.

    Como dije antes, no todos pudieron salvarse: 5.175 de ellos quedaron atrás, en manos de los franceses. Algunos terminarían alistados forzosos en el ejército imperial, en la terrible campaña de Rusia -a ellos dediqué hace diecisiete años la novelita La sombra del águila-. Otros se pudrieron en campos de prisioneros, o quedaron para siempre bajo tres palmos de tierra danesa. El capitán Antonio Costa fue uno de ésos. A causa de la indecisión de sus jefes, el regimiento de caballería del Algarbe perdió un tiempo precioso en emprender su fuga hacia la isla de Fionia, donde debían embarcar. Por fin, cuando Costa, un humilde y duro capitán, tomó el mando por propia iniciativa, desobedeció a sus superiores y se llevó a los soldados con él, ya era demasiado tarde. En la misma playa, casi a punto de conseguirlo, el regimiento fugitivo vio bloqueado el paso por el ejército francés, con los daneses cortando la retirada. Furioso, el mariscal Bernadotte exigió la rendición incondicional, manifestando su intención de fusilar a los oficiales y diezmar a la tropa. Entonces el capitán Costa avanzó a caballo hasta los franceses y se declaró único responsable de todo, pidiendo respeto para sus soldados. Luego, no queriendo entregar la espada ni dar lugar a sospechas de que había engañado o vendido al regimiento llevándolo a una trampa, se volvió hacia sus hombres, gritó «¡Recuerdos a España de Antonio Costa!» y se pegó un tiro en la cabeza.

    Así que ya lo saben. Ésta es la historia de esa lápida pegada al muro del cementerio de San Canuto, en Fredericia, Dinamarca. La tumba solitaria de uno que quiso volver y pelear por su patria y su gente. Reconozco que eso no suena políticamente correcto, claro: pelear. Esa palabra chirría. Tan fascista. Nuestra ministra de Defensa habría criticado, supongo, la intransigencia dialogante del tal Costa -maneras autoritarias y poco buen rollito, misión que no era estrictamente de paz, gatillo fácil-; y monseñor Rouco, nuestro simpático pastor de ovejas, su falta de respeto a la vida humana, empezando por la propia, incluido un serio debate sobre si, como suicida, tenía derecho a yacer en tierra consagrada, o no lo tenía -igual hasta era partidario del aborto, el malandrín-. Lo mío es más simple: el capitán Costa me cae de puta madre. Su tumba solitaria me suscita un puntito de ternura melancólica. Ese cementerio lejano, frente a un mar gris y extranjero. Por eso hoy les cuento su vieja, olvidada historia. Por si alguna vez se dejan caer por allí, o están de paso por las islas del Norte y les apetece echar un vistazo. A lo mejor hasta tienen unas flores a mano.

    Espada tengo. Lo demás, Dios lo remedie.

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